Sonia se aburre. Padece de esta dolencia desde niña. Por aquel entonces, solía expresarlo insistentemente, sin resultado alguno. Siempre obtenía la misma respuesta por parte de aquellos que la rodeaban. Finalmente, decidió callárselo y aburrirse en silencio. Fue así como vivió los momentos más intensos de su vida. Encontraría trabajo aburrida, se casaría más aburrida aún y hasta llegaría a caminar por el centro de Praga sumida en el más profundo de los hastíos, algo que ya le ocurrió navegando por los canales venecianos o frente a la misma puerta de Brandeburgo. Su primer divorcio fue aburrido. El abogado que lo gestionó acabó muerto por desidia. Tuvo tres hijos. Dormida los parió, mientras la comadrona bostezaba con los ojos llenos de lágrimas. Tras el matrimonio, se le conocieron tres novios, actualmente en tratamiento tras sufrir crisis asociadas a estados de ansiedad. Sus niños, Raúl, Miranda y Lucas, viven con ella a temporadas, mientras deciden qué hacer con sus vidas, marcadas por la ausencia permanente de estímulos.
Hoy la hemos visto al cruzar un paso de cebra. Estaba tomando una cerveza, posiblemente aburrida, con la mirada perdida en algún punto del espacio. Nos ha saludado, esperando que nos acercáramos. Nos hemos hecho los suecos, que para eso son como son, y nos hemos sentado un rato con ella. La cerveza estaba buena.