Tengo un rosal trepador empeñado en escalar una pared lisa. En ella no hay escarpias ni cuerdas a las que sujetarse, así que crece desesperadamente en busca de un soporte que no existe.
¡Si al menos tuviera ojos mi rosal! Dejaría de empujar y no sacrificaría sus hojas ni sus brotes. Pero no. Toda su fuerza la emplea en alargar ese tallo endeble, en busca de una guía que le permita descansar.
—¡Más agua! —me dice, pero es inútil. La tierra sobre la que se sostiene expulsa la sobrante y se pierde por el desagüe, llevándose consigo parte del sustrato vital.
—¿Para qué quieres más agua si la tiras? —le grito, enfadado, asustado por su tenacidad. Este rosal no es como los demás. Ya sabía yo que me tocaría uno de los rebeldes al que le importa un bledo no lucir sus rosas y ser fuerte.
—¡Yo quiero ser alto! Nada más me importa. No quiero adornos ni lastres que me retengan cerca de este suelo que tan pocas alegrías me da. Porque me raciona el alimento y lo esconde en los sinfines de este tiesto viejo que me has adjudicado como hogar.
Desconsolado, le pregunto —¿hasta cuándo seguiremos así? —y entonces se da la vuelta, ignorándome. Sólo me pide más agua, más tierra, más comida, mientras el aire que cruza el patio lo zarandea, casi quebrándolo.
—¡No me mires con lástima! —ahora me ataca (es violento y agresivo) —Soy un rosal casi tísico, pero orgulloso. ¡No como esos geranios! exhuberantes, pedantes, ¡ridículos diría yo! ¿Qué miráis?
—No enfurezcas —intento calmarlo —¿No ves que estás muy débil? No llegarás a ningún sitio, no hay nada allí arriba. Si sigues así, te podaré, aunque no sea el momento. ¡No dejaré que mueras por una estúpida escalada!
—Pero ¡hombre! ¿dónde vas con las tijeras de podar en octubre? ¡Ponle unas alcayatas al pobre rosal! ¡So burro! ¡Que ya brotará!
—Padre, es que…
—¡Quita, anda! ¡Parece mentira! ¡Casi cincuenta años y no sabéis de ná!
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Este relato participa en la convocatoria de octubre de @divagacionistas (twitter) bajo el hashtag #relatosBrotes