Gálvez sabe contar muertos en las cunetas. Aún se acuerda del primero que vio y durante todos estos años le han ido acompañando a la cama cada uno de los que encontró, de día o de noche. Todos contaban una historia, aunque a algunos les costaba más que a otros empezar a hablar. Recuerda Gálvez aquella mujer que encontró con la cabeza abierta en dos, apenas vestida, desangrada de manera irremediable. Su cuerpo gritaba desde aquel montón de tierra donde los que la mataron, dos animales, la habían dejado morir. Uno de ellos ya no está. Se lo llevó por delante Gálvez en un sucio tiroteo, no exento de investigación. Gálvez lo relata con tranquilidad. Mereció la pena el que le tocaran las narices y lo expedientaran. El otro anda de cárcel en cárcel, buscando un permiso que lo libre de otros animales que son más fuertes y numerosos. Le dijeron a Gálvez que es cuestión de tiempo. Tarde o temprano lo encontrarán sostenido por su propio cinturón, a dos palmos del sucio suelo de su celda, baboseando, erecto, inerte, con los capilares de los ojos reventados. Ahorcado hasta morir. Despacio. Gálvez sabe que los muertos en las cunetas se aferran a las palabras antes de dejarse ir. Gálvez imagina durante las noches cómo es el segundo final en el que sabes que todo acaba. Intenta sentir cómo te das cuenta de que no hay salida, al tiempo que dejas de vivir un segundo más tarde. Gálvez imagina cómo es ese instante y acaba enrabietado por no estar en la cuneta a tiempo e impedir que esa vida se extinga. Cuando Gálvez encuentra un muerto con los ojos abiertos, mira dentro de ellos. Busca ese instante que está expresamente narrado en sus facciones. Si Gálvez pudiera colocarse detrás de los cristalinos. Si pudiera ver las caras de los animales. Como no puede, Gálvez, entonces, interpreta. La presión de las pisadas, las muestras debajo de las uñas, los golpes, las puñaladas, su número y repetición, la expresión, el pelo arrancado, esos gritos que en algún momento tuvieron que escucharse y que el animal acabó silenciando. Gálvez espera de nuevo al juez. Apoyado en el capó, no deja de mirar hacia la cuneta. Son demasiados, Gálvez, le explica uno de la científica. Has visto demasiados, Gálvez, se replica a sí mismo. Los deja trabajar. Ellos le dirán cómo fueron sus últimos segundos. Gálvez ya lo sabe. Por eso va a buscar a los animales que lo hicieron. Por eso, Gálvez, buscará la ocasión propicia para matarlos, a sabiendas que vendrán otros a seguir poniendo muertos en las cunetas.