El número siete

Todas las mañanas, Luengo coge el autobús de las siete y media, camino al trabajo. Después de veintiocho años, tiene algo más que un parecido razonable con sus compañeros de ruta. Al igual que sucede con los perros y sus dueños, todos los que viajan en ese autobús a esa hora, han terminado por parecerse físicamente. Javier lleva en la misma ruta desde el noventa y ocho. Podría conducir con los ojos cerrados aunque Luengo también podría ir cantando las marchas, las paradas, los acelerones y hasta las frenadas. Un día, Javier lo hizo responsable del hilo musical. Luengo tiene buen gusto y ameniza la ruta con una selección tan personal como versátil. Nadie nunca emitió queja alguna. Al igual que ocurre con el parecido físico, todos disfrutan de los mismos gustos musicales. Al momento de llegar a destino, es Aretha quien suena; como los ángeles.

La ruta termina a eso de las ocho y cuarto. Luengo y el resto de viajeros se apean en la misma parada. Verlos bajar del bus da escalofríos pues conforman un bucle casi infinito de personas perfectamente iguales. Sus gestos, sus facciones, sus ritmos al bajar, sus vestidos, sus saludos de despedida. Cuando Javier cierra la puerta del vehículo, se queda dentro solo, llorando. Sabe que no podrá verlos hasta el día siguiente y que, a partir de ese momento, la ruta ya no será la misma. Instantes más tarde, reúne fuerzas y arranca el motor para proseguir, esta vez sin Luengo, sin Hernández, sin Rosa, sin Isabel, sin Laura, sin Ernesto. Los ve a través del retrovisor, marchando hacia sus trabajos, perdiendo esas facciones en común. A medida que se separan, dejan de parecerse. Algunos se vuelven morenos, otros castaños. A Luengo le aparecen las calvas y Hernández ya no puede disimular sus entradas. La falda pantalón de Rosa se acorta, se estampa y ya no se parece ni por asomo a los pitillos de Isabel. Javier ya no tiene los ojos de Ernesto y, triste, conduce un autobús que se ha vuelto igual que los de siempre y que se confunde entre el resto si no fuera por el número siete que anuncia en su frontal.

En el trabajo, Luengo se sorprende tarareando ‘I say a little prayer‘ mientras archiva unas facturas. Y como la canción, reza. Reza para volver atrás en el tiempo y así subir de nuevo al número siete, cerrar los ojos mientras Javier conduce y llevar el ritmo acompasado de las marchas;  trasladar a sus parecidos razonables por la senda mágica de la música que entierra la desesperación y que los convierte a todos en personas tan parecidas. Luengo se jubila mañana y hoy toca recoger el portafotos y la estilográfica con la que comenzó a firmar sus primeros albaranes. Lola le ha dicho que puede llevarse el armario que van a tirar, aunque aún no sabe dónde lo meterá. Luengo no está de humor hoy. No les dijo a sus compañeros del número siete que ésta era su última ruta con ellos.

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