la sonrisa

Nos volvimos a encontrar en la cola de vacunación, después de tres años. Llevaba el pelo cambiado y, lo que más me dolió, una sonrisa diferente. Parecía que se hubiera quitado un peso de encima. Supongo que es esa la sensación. La certeza de que todo, ahora, es mejor. Ahora, que ya no estoy en su vida.

Miré a mi alrededor. Nos hallábamos separados por un abismo repleto de nuevas amistades, nuevos contactos y nuevas caras, también nuevas vidas. Me pregunto si esos dos mundos, tan distantes e inconexos, podrían volver a unirnos de nuevo. De momento, no parecía posible.

Descubrí que me miraba, gracias a que, yo, también lo hacía. No duró mucho, pues la cola avanzaba a un ritmo frenético. Perdí de vista su figura cuando accedió al recinto, desapareciendo entre todas aquellas personas que salían, ya vacunadas. En sus caras se advertía una extraña mezcla de alivio, temor y esperanza. Por un segundo, pensé que todo terminaría con aquel pinchazo, pero volví a la realidad. Se contaban por millones los que aún no habían sido citados.

Ví cómo algunas de las personas que conformaban su círculo laboral, abandonaban la zona. Buscaban sus coches para emprender el camino a casa. Sin embargo, sabía que no había visto a la nueva sonrisa hacerlo. Me flaquearon las piernas, sólo de pensar que estaría, aún, en el interior, justo cuando me correspondía pasar. Incluso cabía la posibilidad de encontrarnos, sentados, uno al lado del otro.

—No dejes que los nervios te traicionen. La vacuna es segura, —dijo Alicia, mi compañera de Música, tratando de animarme. Sonreí de manera forzada. No era la vacuna lo que temía.

Al pasar, todo se me hizo oscuro. Sentí frío y en el aire flotaba un olor a clínica improvisada que describía, sin paliativos, la inmensa magnitud de todo lo que estábamos viviendo. La gente se movía rápido, obedeciendo las instrucciones que los voluntarios realizaban. Miré de un lado a otro. Cientos de personas sentadas en sillas, distanciadas entre sí, con los brazos desnudos y doloridos por el pinchazo. Sus miradas se dirigían hacia un enorme reloj de pared que avanzaba los minutos restantes hacia el próximo cuarto de hora, lapso de tiempo establecido como prudencial.

No estaba en ninguna de las sillas. Alguien me cogió del brazo. Creí, entonces, que…

—Disculpe. Debe situarse a la izquierda. Vaya preparándose, por favor, si es tan amable.

Asentí, disculpándome al mismo tiempo. Al ubicarme correctamente, escuché un murmullo. Había personal sanitario corriendo. Abandonaban apresuradamente sus puestos, dirigiéndose hacia el otro extremo del pabellón. Supe entonces, de alguna manera, que estaba allí. Corrí, abriéndome hueco a empujones, hasta llegar a un corro de personas. Como pude, rompí su barrera. En el suelo, su figura yacía semi inconsciente mientras un médico y un ATS intervenían. Al mirarme, aprecié su antigua sonrisa y sentí cómo todo aquel tiempo que nos había mantenido separados, apenas era nada. Supe que volvíamos a estar juntos. Lo supe al verlo en sus ojos, aunque ahora fuera demasiado tarde.

Murió debido a un shock anafiláctico. Uno entre treinta millones. Tenía la sonrisa de antes.