Carmencita

Carmencita está sentada en un taburete. A sus sesenta y pico años, apenas dos metros la separan del plasma colgado en la pared del pub de Sara. Es una señora muy arreglada, con su melena corta perfectamente peinada y un tinte castaño con mechas muy sobrio y elegante. Su vestido es de color beige y lleva las uñas pintadas en un carmín muy oscuro, casi chocolate. Luce pendientes, pulsera y anillo. Los zapatos, con un ligero tacón, acordes con el tono ocre de su cinturón y una presencia que no pasa desapercibida. Carmencita es forofa de su equipo y vive los últimos minutos del partido con mayor intensidad que el resto de los que allí nos citamos. Lleva unos auriculares para escuchar la radio y mantiene los puños cerrados en las contras de su equipo para abrirlos y gesticular un anda ya cuando las oportunidades no se materializan. Quedan diez minutos más el descuento y el empate no es un buen resultado. Carmencita lo sabe y tanta es la emoción que la arrastra que ha olvidado atender la cocacola, medio aguada sobre la diminuta mesa que hace juego con el taburete.

Cuando entramos, nos fijamos en ella enseguida. Más que nada porque casi todo el mundo está más pendiente de esa señora que de otra cosa. Una pareja joven y moderna, con sus iphones y sus manidos bolsitos, un matrimonio tremendamente aburrido, con su hija adolescente, colgada de su irrelevante Twitter y dos señores a los que el horario del partido los cogió lejos de la Peña y decidieron comprometerse con el primer sitio en el que lo televisaran. Carmencita ha conseguido que toda aquella gente tenga algo en común ya que han olvidado la emoción de las jugadas para celebrar y comentar los movimientos y gesticulaciones de esta señora. Desde el primer Uy, han decidido que el comportamiento de Carmencita es algo más estrafalario que todos ellos juntos y en esa ridícula asociación, se miran y se ríen soterradamente cuando el balón pasa rozando el palo largo y el taburete de la mujer se tambalea con ella encima, desafiando la Ley de la Gravedad.

Si las oportunidades son comentadas, el gol de la victoria a falta de dos minutos ha provocado que hasta Sara se quede atónita con los comentarios y gestos de Carmencita. Con el pitido final, ya más tranquila, se ha vuelto buscando con la mirada a alguien. Ninguno lo habíamos visto pero, en el fondo, un señor de aspecto sosegado, sobriamente vestido y de unos setenta años recoge su periódico y abandona el último rincón del bar para dirigirse a la barra. Saca unas monedas del bolsillo y paga la cuenta. El café y la cocacola de su señora, que es forofa y de las buenas. Salen de la mano mientras ella le va diciendo lo difícil que ha estado hoy. Él camina sonriendo mientras le abre la puerta, contento de haber sido una vez más espectador de sus pasiones.

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