Respira, mira, piensa, come, trabaja, incluso actúa como si viviera dentro de una película. No de una cualquiera, pues tiene género predilecto, uno de épica fórmula, modelado por la fantasía. De esta forma, ocupa el lugar protagonista de una ilusión absurda según la cual todo tiene un propósito que trasciende lo místico.
El cotidiano hecho de abrir los ojos a un nuevo día, supone entrar de lleno en un sinfín de tareas encomendadas a personas escogidas, entre las cuales se encuentra. Todo es duro, difícil, unido de manera indisoluble a otras cualidades, no menos honrosas, que deben ser recompensadas. Ese todo, vacío e irrelevante en realidad, que el resto debiéramos ver imposible, no es, a sus ojos, más que un servicio humilde, frágil y, al mismo tiempo, sacrificado. Extraña humildad la que es pronunciada por quien dice ejercerla.
Comer significa descansar por un momento. Apartar el sopor del deber incondicional, disponer de tiempo para lamerse las heridas producidas sirviendo a una causa que no es más que la vida por los demás. Sin embargo, durante el reposo no hay quietud. Los ojos se cierran para continuar trabajando y así vislumbrar loables objetivos, perseguir sueños imposibles, ser fiel a la honestidad mostrando limpieza de alma. Sin pedir nada a cambio.
Caminar, siempre por el camino. Atender, siempre con atención. Ser infranqueable en lo oscuro, desdeñar la envidia y alzar la virtud para que todos la veamos encarnada en su ser. Pureza, por los demás. Sólo por los demás.
Contarlo se convierte en el justo pago por las labores realizadas. Estar al servicio de la gente, dedicando un tiempo que se va, perdiéndose, algo que el resto no hace con el suyo. Afilar neuronas a riesgo de perderlas, de extenuarlas, para encontrar cómo mejorar la totalidad de las vidas. Y todo ello en soledad, con el corazón en un puño, mientras empuja la vocación de servicio, que ni se paga ni alimenta, ni nunca será lo suficientemente valorada por las bocas que, sin saber, hablan con mala lengua. O, peor aún, escriben con media palabra.
Tal vez, de insistir tanto, se le encuentre a un lado del camino, con ahogo, a riesgo de perecer. Serán otros pocos elegidos quienes lo retiren entre vítores, curándose en salud al tiempo que exigen, humildemente de nuevo, la parte que a ellos, también, les toca. Qué menos solicitar el reconocimiento a los servicios prestados, porque los prestó. Sabe que lo hizo. Lo cree, lo ve, lo ha leído en cada borrador del guión de su película de género heroico, aunque no lo veáis ni lo comprendáis.