Sebastián quiere ser novelista. Cuando se acuesta no puede dormir. No hace más que fantasear con entrevistas en la radio y con cifras mareantes, de ventas y resultados. No piensa en lo que comprará porque Sebastián es de los que necesitan poco en lo que a bienes materiales se refiere. En el otro aspecto, es otro cantar. Ya prepara las respuestas a las preguntas de la Otero y piensa qué dirá en su discurso al recoger algún prestigioso premio literario. Y entre esas, Sebastián apenas pega ojo. Se lo dice todas las mañanas, cuando el despertador le recuerda que, de momento, reparte prensa.
Cuando coge su furgoneta, conduce contento y piensa que pronto alguien como él repartirá sus libros en los quioscos, los mismos que luego firmará a un ejército de fieles lectores. Incluso alguna vez, entre segunda y tercera, ha llegado a saber de qué escribirá y cómo empezará su historia. Un día, que embragó para poner cuarta, ya tenía elegido el personaje principal. Pero se le fue. Así es la inspiración, que te coge trabajando y no puedes retenerla. No es capricho que Sebastián desee coger vacaciones o un fin de semana largo para empezar su libro, que ahora ha decidido será un thriller ambientado en su localidad, de la que él sabe mucho.
Esta mañana, Sebastián ha recogido a Luisa. Su coche se ha averiado y llegaba tarde a una reunión. La chica no ha hecho ascos a sentarse de copiloto, a pesar de las mil y una cosas que Sebastián lleva en ese asiento, algunas con siglos de antigüedad. Está apurada la muchacha y a él se le ha antojado una misión especial que cumplir. A fin de cuentas, su próximo punto de reparto está a tres kilómetros de la oficina de Luisa y ¿por qué no? esto puede ser una señal, un acicate para escribir por fin su thriller. Sebastián conduce deprisa pero suave. Conoce a la perfección el embrague de su furgoneta y la hace deslizar sobre las calles y avenidas. Cuando ha llegado a la oficina, Luisa le ha dado las gracias tres veces. Ha sido lo único que ha podido escuchar de ella pues, desde que se montó, no ha parado de revisar unos papeles. Bueno sí, decía algo de una tal Lola, no muy agradable la verdad.
Sebastián se ha quedado con la palabra en la boca. Su personaje principal no puede ser tan tímido o tan tontorrón como él. Él es solo agradecido pero quien lleve las riendas de su novela, será agradecido y despabilado. Luisa ha desaparecido y no sabe nada más de ella, ni siquiera la hora de salida o su estado civil.
Esta noche Sebastián quiere comenzar a escribir su novela. Ya no es un thriller. Lo ha decidido así porque, en ese caso, tendría que matar a Luisa y su personaje principal se moriría de pena. Sería incapaz de seguir cualquier mínima pista, acabando en la barra de un bar, borracho y desconsolado. Luisa tiene que vivir y entregar su informe a tiempo, salir de la oficina y conocer a Lucas gracias al azar.
La alarma vuelve a sonar y Lucas no está en los papeles que hay sobre la cama. Se fue anoche con Luisa mientras Sebastián fantaseaba con estúpidas novelas que andan terminadas sin que él las consiga empezar. Ya no hay nadie en el arcén de ninguna avenida ni parece que aquellas oficinas abran antes de las siete, cuando pasa con su furgoneta repartiendo noticias de otros que no son él. Se lo repite una y otra vez, que tiene que dejar de soñar en círculos y salirse por la próxima tangente que vea, se llame Luisa o no.