Soy una tarjeta de débito. Fui emitida por una máquina el 03/16 y programada hasta el 03/18. Tengo un nombre complejo de pronunciar y un numerito en la espalda que me distingue en Internet. Cuento con un chip prodigioso que es capaz de ser detectado a distancia y me activo y desactivo desde una app móvil. Siempre peso lo mismo, aunque nunca me es posible aplicarme a fondo. Eso, depende de los fondos en mi haber. Viajo resguardada en todo momento y soy, de entre mis compañeras de billetera y bolso, la mejor tratada. Me extraen de los sitios con sumo cuidado y conozco cientos de establecimientos. Mi vida, aunque corta, es intensa y variada. Me siento bien siendo usada a diario en cualquier lugar, aunque si tuviera que elegir un sitio, me quedaría con la ranura del cajero automático. Ahí estoy yo sola. Nadie sabe lo que ocurre dentro, menos yo. Cuando entras y esos rodillos de goma te arrastran hacia la centralita. Entonces, miles, millones de ceros y unos recorren tu cuerpo, saltando sobre el chip, modificándolo, comunicándose con lo más profundo de mi ser. Cantan, ríen, lloran, me hacen esas cosquillas maravillosas. Me cambian, me alteran. Al salir, esos dedos me recogen con el mismo cuidado con el que me dejaron. Suelen estar impacientes y, enseguida, me guardan en el billetero. Me acompañan aquellos que rescaté de la oscuridad. Hoy, se ha venido conmigo uno de cincuenta y dos de veinte. Me da que la tarde se presenta bandera. Seguro que ha quedado con Lucas. Al fin y al cabo, estos humanos, cuando las ocasiones son especiales, se olvidan de mí un poquito y pagan con los de papel. Son unos románticos.