Sólo entra a remojarse. La intención es desprenderse del calor acumulado durante media hora de toma de sol.
Porta bañador juvenil y melena empobrecida por la edad. Está en la década incómoda. Justo en la que se tiene lo peor de la pasada y, también, de la que llega. Mete barriga al acercarse a la orilla.
La primera ola causa impresión. La segunda moja sus piernas. La tercera golpea con fuerza su abdomen. La cuarta es aún mayor, por lo que decide sumergirse.
Sabe que ya ha pasado. Sale a la superficie. La quinta lo revuelca, arrastrándolo hasta la orilla como si de un tonel se tratase. Gira tres o cuatro veces sobre sí mismo, envuelto en una sopa salada de algas y arena.
Regresa a la sombrilla magullado, con la dignidad mojada sin remedio alguno. Ya sentado, mientras vacía de piedrecitas los bolsillos del bañador, piensa en aquello que había olvidado: las olas son para los niños.