Tumbados, descansaban sobre la hierba. Se sabían uno al lado del otro y eso les bastaba. No hablaron ni se miraron por unos minutos hasta que uno de los dos suspiró girando la cabeza para buscar al otro.
Sabía que estaba mirando pero no quería escuchar -¿Qué piensas? -así que cerró los ojos. Cayó en la cuenta de que nadie te haría jamás esa pregunta si tienes los ojos cerrados así que podría seguir ausente sin necesidad de tener que responder con una evasiva.
Entonces, notó su brazo sobre el abdomen y sintió cómo apoyaba su cabeza en el hombro. Comprendió que también había cerrado sus ojos para evitar la misma pregunta y supieron los dos que el uno pensaba en el otro sin que fuera necesario decir nada más.