Mira por dónde este año fue a tocar la lotería en el trabajo. Y sí, sí que había echado. Dos décimos nada menos. Uno para mí solito y otro para compartir. Y tocó. Salió, por fin, tras trece años en la empresa, el número. Un gordo madrugador que tardó, tan solo, cinco minutos en asomar del bombo.
Los del trabajo, este año, habíamos estado rezando para que no tocara. El número se había pedido en octubre, pero nos confinaron y nunca llegó. Además, fue imposible dar con la gente, cada una en un domicilio. Juan, en casa de su madre; Luisa, en un hotel; Pablo, en mitad de una separación; Alicia, con su hermana; Adolfo, en la UCI. Y así todos, por lo que los jefes decidieron devolver los décimos. Todos los décimos.
—¡Total! Nunca toca —rezaba el email que recibimos, a primeros de diciembre.
—¡Olvidad el número, chicos! —podía leerse en una de las respuestas al correo (creo que de Felipe) —¡Sí! ¡El número! ¡el 34567! Jajajajaja…
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—relatos de un segundo confinamiento—