La noche del sábado comienza en una cocinilla manchega. Alargada y dispuesta en unos doce metros cuadrados, puede accederse a ella desde un lateral. Al fondo, una lumbre bien encendida se consume mientras, justo delante de la entrada, otro fuego de gas alimenta un conejo frito con ajos, bien empapado en vino y no exento de cierta polémica. Lola coloca unas patas a las que enganchar un rosco y una bombona de butano. En él se van a cocinar las gachas mientras que las brasas darán cuenta del forro, también conocido como careta.
La gente inunda el amplio patio. Personas de todos los partidos han acudido a esta primera cita preelectoral. Son mayoría los de las gachas y algunos, entre los que me cuento, podrían ser tachados de integristas culinarios. Hace buena noche. Por fin ha llegado el buen tiempo y vamos a poder celebrar los debates electorales como dios manda. En la cocinilla, además de Lola, nos hallamos tres pinches de cocina que no saben cómo se toca la guitarra flamenca. Las partituras, en forma de apuntes de receta, los tiempos memorizados y el orden exacto de los procesos, aquí no sirven. Se necesita duende para tocar la guitarra flamenca. Se necesita, también, para cocinar unas gachas. Lola nos dirige como una auténtica cantaora y así es como logramos olvidarnos de la ortodoxia y sacar el duende desde dentro. La cena en el patio se convierte en la mejor recompensa.
El duende no nos abandona sino que nos aguarda en la cocinilla. Allí, tras recoger, nos sentamos en torno a las brasas. Contamos las historias que ya sabíamos. Esto se hace como si fuera la primera vez. Sin saberlo, el duende se encarga de que nos veamos reflejados en los ojos de los demás.
No tardamos demasiado en ver a más amigos. En plena noche preelectoral, un grupo de personas somos capaces de hacer lo que no hacen esos señores de cara agria que salen en la televisión, parapetados tras unas siglas de partido, cada una de un color. Tal vez sean los años o la perspectiva que dan los mismos. Quizá, el hecho de jugar en cancha común, presidida por la cordialidad. O sabernos acompañados de amigos, de mirarnos a los ojos, de alegrarnos de vernos. A ellas les ocurre lo mismo, así que, en el alegato final, concluimos que el duende había cruzado aquellos centenares de metros que separaban las dos cocinillas, para venirse con nosotros. No hay cajón, ni palmas, ni guitarra, pero hay flamenco. De esta noche preelectoral de sábado, recuerdo unos ojos de los que estar prendido sin miedo a caer al vacío y las manos en el hombro de quienes son capaces de ver la vida por encima de las ideas, transmitiendo que lo importante se siente dentro. Debe ser que lo importante no es opcional y por eso no se tiene que votar. Tenemos esa suerte. En lo que merece la pena, hay unanimidad.
La jornada electoral del domingo transcurre con total normalidad. Se corta paletilla y queso, se abren las latas de los mejillones y las de las anchoas. Se seleccionan las cervezas más fresquitas y acuden representantes del resto de partidos que van siendo adecuadamente anunciados a través de megafonía. A este respecto, indicar que el micrófono falló varias veces, a pesar del empeño de la presidenta del congreso.
El duende sigue por allí, enredado en la caldereta. Los pinches de cocina, los organizadores y los responsables de temperatura de las cámaras, disfrutan recordando lo acontecido durante la noche anterior, junto con el resto de simpatizantes. De nuevo vuelven las historias de siempre. Se abre el vino y se vota la ley de la caldereta. Se aprueba con el cien por cien de los votos, aunque la disposición adicional cuarta, relativa al «revienta lobos» es aprobada únicamente por el setenta por ciento de los votos.
La caldereta da paso a los postres, momento por el cual todos nos hallamos expectantes. Yo voto por el «bien me sabe», mientras que algunos marcan la equis en la papeleta del pan de Calatrava. Las natillas tienen su aceptación y las soletillas son propuestas para presidir la mesa del congreso de por vida. Por cierto, que también hay espacio para los extremos en forma de licor de crema. Sus partidarios acabarían por distanciarse del café con leche, opción más moderada. Tras los postres, debate en la cámara alta donde las bancadas se entremezclaron y hubo intercambios de medidas, aunque reinó la opción escocesa. La presidencia acabó por disolver de nuevo las cortes, porque el duende volvió a llamarnos desde la cocinilla. Al caer la noche, todos en comunión disfrutamos del cordero con recuento de chuletillas. Empate técnico entre los partidos del palo y los simpatizantes de las más hechas.
De pronto, caímos en la cuenta. Los de la tele comenzaban a valorar los resultados de la «otra» jornada electoral. A buenas horas. Para cuando terminaron de contar sobres, nosotros ya lo teníamos todo bien recogidico. Esta mañana, eso sí, ha costado levantarse. Teníamos todos resaca electoral.