el colmillo

—¿Cómo has perdido el diente? —pregunté al ver el hueco entre el incisivo y el premolar. Castillo dejó de reír al instante. Saltaba a la vista que no quería que nos diéramos cuenta. La había cagado (otra vez) por bocazas. Tardó en responder.

—Me he dado un golpe. A decir verdad, no sé cómo ha podido suceder, pero así es la vida…

Castillo no nos cae bien a ninguno. Será por esa risa falsa. A decir verdad, no le ha hecho mal a nadie pero, siniestro es y, por supuesto, lo del diente es mentira. Eso, todos lo sabemos.

—Te he dejado una nota en la mesa —puede leerse en el mensaje de whatsapp que remite Isabel. Así que voy corriendo. De paso, imagino que es algo agradable. Tal vez se lo haya pensado mejor y quiera volver a salir conmigo en un futuro, cuando cese la pandemia. Insuperable sería encontrarme unas palabras de agradecimiento por haber dado la cara cuando se vio comprometida en el último informe mensual. Pueden ser mil cosas.

«Los de archivo pensamos que Castillo se ha cargado a alguien y, en estos momentos, existe un cadáver escondido en algún lugar con su colmillo dentro.»

¡Leches con el mensajito! Lo primero que pienso es que lo mío con Isabel no será nunca nada. Por más ilusiones que me haga, ¡es que eres tonto, joder! Pero, bueno, al menos aún estoy para las coñas de la oficina y puedo enterarme de lo que se masca en mi antiguo departamento. Desde que promocioné, estoy desconectado de ellos y es Isabel la única que me mantiene en contacto con mi antiguo equipo. Así que olvida tus aspiraciones sentimentales y agradece que aún te tenga en cuenta. Contesto al whatsapp.

«¡Cómo os gusta trabajar! ¿y a quién se supone que se ha cargado Castillo?»

Bloqueo la pantalla del móvil y ahí lo tengo. Justo enfrente. Serio como un ajo. Le guiño un ojo para que sonría y el muy bobo pica. ¿Dónde habrá metido el tonto este el colmillo que le falta? Otro whatsapp de Isabel (lo sé porque su sonido está personalizado). ¿Aceptará esa cita?

«Los chicos y yo pensamos que se ha cargado a Marta. No ha venido y no ha avisado. La hemos llamado y no contesta. Ayer salió de la oficina con él. ¿Qué piensas?»

Marta es genial. Lleva aquí desde el principio y es una líder nata. Algo ve en Castillo que los demás obviamos y extrae de él un rendimiento enorme. Este último mes andan siempre reunidos. Levanto la vista y ahí lo tengo, mirándome otra vez. Pero este tío ¿qué leches le pasa hoy?

—¿Te duele?

—¿El qué?

—El diente ¿qué va a ser si no?

—Ahhhh, no mucho. Esta tarde voy al dentista.

—¿Para que te lo ponga?

Castillo tuerce el gesto. Ya es consciente de que está hablando de más. Si es que es bobo. Le tiras un poco y lo cuenta todo.

—No. Es que… he perdido el colmillo. Lo busqué por toda la casa, después de un rato, claro. Porque, al principio, hasta estaba mareado y sangraba mucho y…

—Ya imagino, ya. Tuvo que ser desagradable. Pero el colmillo estaría en la casa ¿no?

—No estaba. No lo he podido encontrar, así que me van a hacer uno nuevo.

—¡Pídelo de oro, Castillo! —le digo guiñándole de nuevo el ojo. Y vuelve a reírse otra vez, enseñándome el hueco. ¡Qué tío!

Salgo a las cinco para casa y está Isabel esperándome. Sabe que sé lo que me va a decir y sonríe. A ella no le falta ningún colmillo y pienso que no me importaría que me diera un mordisco. Desafortunadamente, ella no es de la misma opinión.

—¿Habéis dado con Marta?

—¡Qué va! No contesta. Te digo que ha sido Castillo.

—Bueno, como broma está bien, pero de ahí a que continuéis con ello…

—¡Ya lo creo que sí! Andrés está siguiendo en estos momentos a Castillo, que acaba de salir hace unos diez minutos. En cuanto sepa algo, nos lo dice. ¿Te esperas conmigo?

Isabel sabe perfectamente que estoy loco por esperarme con ella donde, cuando y como sea, así que no tiene que insistir demasiado. Con suerte, Andrés se olvida de nosotros y tenemos excusa para estar juntos un buen rato. Lástima que esté toda la hostelería cerrada. Y que sólo servicios esenciales. ¡Para mí esto es esencial!

—¡Ya está! Dice Andrés que Castillo acaba de bajar una bolsa enorme y pesada al garaje de su casa y que la ha metido en el maletero del coche. Que qué hace.

Isabel ya no bromeaba. Me dio el móvil para que yo respondiera.

«Claro, síguelo. No lo pierdas. ¡Y manda ubicación!»

Andrés no llegó a enviarnos su localización. Al día siguiente tampoco acudió al trabajo. Un mes después, encontraron su cadáver en un vertedero, cerca del polígono noroeste. Tenía el cráneo destrozado. Marta aparecía a pocos metros de él.

Cuando detuvieron a Castillo, confesó. La noche antes de la desaparición de Marta, ambos habían abandonado la oficina juntos. Ella estaba asustada y le pidió que la acompañara a casa, aunque no le comunicó el motivo. Al llegar al portal, Andrés apareció de repente y derribó a Castillo de un puñetazo en la cara, dejándole inconsciente. Marta intentó huir hacia el ascensor pero Andrés lo evitó. La introdujo en su coche y condujo hasta las afueras. Estaba tan fuera de sí que no recabó en Castillo. Terminó con la vida de Marta y tuvo la sangre fría de regresar a por Castillo con la intención de eliminarlo. Cuando llegó, ya no estaba, así que decidió esperar toda la noche en el coche, aparcado en la puerta de su domicilio.

Al amanecer, Castillo salió hacia el trabajo. Andrés lo abordaría y, en cuestión de segundos, se percataría de que no recordaba nada. Andrés fue quien comenzó con la broma del asesinato de Marta aquella mañana en la oficina y fue quien insistió en seguir a Castillo. No terminaba de creer que no recordara nada de la noche anterior. Lo siguió, lo maniató y lo llevó a las afueras. En el momento en el que iba a matarlo, Castillo logró zafarse. Había encontrado su colmillo, justo en el bolsillo pequeño de la chaqueta y con él se liberó. Cogiendo por sorpresa a Andrés, lo empujó, consiguiendo el tiempo necesario para agarrar una barra de metal y abrirle el cráneo en dos.

—¿Qué tal Castillo? ¿Un café?

—¡Venga!

Este Castillo, siempre riendo.

—¡Oye! Se te ha quedado bien el colmillo. Menudo profesional el dentista.

—¡Y que lo digas! ¡Me ha dicho que no ha visto otro igual de bueno! el colmillo, digo.