Después de una tarde entera repasando presupuestos, cifras de balance, anotaciones al margen, descuadres de caja, euros que no están, otros que sobran y alguna que otra mentira, Sandra regresa al hogar. Mientras camina, piensa
—Pero ¿qué hogar? Si adonde voy, sólo me aguarda el desprecio. Tal vez, con suerte, cuando llegue, esté sola. Lo cierto es que quiero acostarme. No me apetece ver a nadie.
Sandra sale del ascensor y, a punto de introducir la llave, escucha, dentro, a sus compañeros de piso. Se detiene y, antes de que pueda arrepentirse, se da la vuelta y baja hacia la calle a toda prisa.
—Esta noche no voy a tener hogar, si es que se le puede llamar así a lo que hay allí arriba, gente incluida.
Hace frío, pero Sandra camina deprisa. Se fija en la calle, ahora desierta. Los comercios permanecen cerrados y los bares, la mayoría, también. Se pregunta qué hace allí y qué busca.
—Si al menos no existiese la pandemia. Buffff. Me metería en un bar y no saldría hasta mañana. Necesito bailar hasta caerme muerta. Necesito…
Sí. Sandra necesita un nuevo hogar. El sitio le es indiferente. También la compañía. Mientras pasea, ahora más despacio, repasa este maldito año en el que ha tenido demasiadas horas de oficina frente a un patio de luces y en el que, definitivamente, todo su pequeño mundo acabaría por derrumbarse, dándose cuenta de que estaba más sola que nunca.
—Joder, no sé cómo los aguanto. Pero… ¿qué hago otra vez pensando en lo mismo? Eres estúpida, Sandra. ¡Deja de machacarte! Céntrate en lo positivo. Así no conseguirás nada.
Sandra da la vuelta a la esquina. Ha pasado cientos de veces por aquella calle, camino del trabajo. Nunca, hasta ahora, de noche. Es, entonces, cuando lo ve.
—¿Duermes aquí todas las noches?
—¿Y a ti qué te importa? Déjame tranquilo. Hace frío y estoy cansado —le responde, sin mirarla, tratando de esconderse entre las mantas. Sandra, con la voz entrecortada, pregunta:
—¿No crees que deberías volver a casa?
—Yo no tengo casa. Ni creo que nadie quiera verme volver.
Sandra se acerca, procurando que él la mire.
—Yo sí quiero que vuelvas, Santi. La última vez que hablé con mamá estaba destrozada.