—¡Madre! ¡Ya queda menos para vernos! ¡Tres o cuatro tandas más de alemanes y nos dejarán cambiar de provincia!
—¡Dios te oiga, hijo! Ya tengo ganicas de veros ¡Desde Navidad!
—Verá como sí, madre. La Semana Santa se nos fastidió pero los alemanes nos van a dar suerte para el verano. Hoy ha llegado la primera oleada y ni siquiera han deshecho las maletas. Se han entregado todos a la buena vida. Así, sin contemplaciones ¡Y todos sanos!
—Bueno, si tú lo dices… ¿cuándo vienen más? Alemanes, dices que son ¿no?
—Sí, sí. Alemanes. Ya no van a parar de llegar. Vienen los aviones repletos y ninguno con fiebre. Yo creo, como le he dicho antes, que a la cuarta tanda, nos dejan coger el coche y cruzar Despeñaperros.
—¡Ay hijo! A ver si es verdad. Bueno, vosotros, por si acaso, no os quitéis las mascarillas.
—Descuide, madre. Ya sabe usted que los españoles hacemos siempre caso a todo lo que nos dicen. Y ahora hay que ponérsela para todo y ser optimistas.
—Bueno, hijo, pues ya queda menos.
—¡Cuídese madre! ¡Y muchos besos!
Ahora que andan por medio mundo echando estatuas abajo, no estaría de más ir levantando otras en honor a nuestros vecinos teutones. Gracias a ellos, pronto podremos movernos por la piel de toro con nuestros automóviles diésel. Volveremos a dar trabajo a las grúas de asistencia en carretera, pararemos en las estaciones de servicio, sufriremos las obras en la autovía, escucharemos de nuevo el «cuánto queda», compraremos melones manchegos en los arcenes y, también, melocotones de Guadix.
Cambiaremos de emisora regional con el paso de los kilómetros, recordaremos los viajes con papá y mamá, a bordo del Seat, del Citröen o del Renault. Avistaremos de lejos esos pueblos por los que antes pasaba la general (con semáforo eterno incluido) y les contaremos a los niños cómo se llama el castillo, mientras caemos en la cuenta de que no pueden oírnos (volverán a ser humanos para pedir wifi, una vez se les acaben los datos).
En fin. Todo gracias al pueblo alemán. Bendito sea. Prometo brindar a su salud cuando vuelva a tomarme una Mahou fresquita en «La Sal», mirando el mar, al tiempo que planeo la vuelta por el Cabo, el mismo que abre las puertas a ese Golfo que, de momento, aún es de Almería. Tiempo al tiempo.
Prost!