También en noviembre

Lo de ayer fue, en palabras de Marian, tétrico. Y no le quito razón. Pero permítame usted esa licencia, que noviembre es un mes de susto y muerte, y a uno se le encoge el alma cuando lo ve asomar. Aunque, por otra parte y bien mirado, también es mes de castañas. De las asadas, que dan para echar un buen rato de casquera, sobre todo con la gente mayor. Por eso es que, cuando las comes, te acuerdas del pueblo, y de madre, y del abuelo y de la abuela arremangada dale que te pego con la sartén, pegadita a la chimenena. Si aún los tienes vivos, ¿a qué esperas? corre a llevárselas. Ya tienes excusa para contar cosas de antes, que ahora se vive muy rápido y, encima este año, con miedo. Así que mira por dónde, no todo es malo cuando de noviembre se trata. Si no tienes un fuego, pon la vitro y asa unas castañas. Son diez minutos. Luego a la fuente a reposar con un trapito y, en un periquete, a la mesa camilla a contar aquello que pasó ¡Que sí! Que ya sé que te lo sabes, pero ¡luce ver esa chispa en los ojos de madre!

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—relatos de un segundo confinamiento—

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