Sergio anda comiendo pipas en la mesa del fondo. Las come sin mirarlas, por culpa de un partido de fútbol frenético. No deja una viva. Pobrecitas las pipas; que te coman sin mirarte, con esa indiferencia. Cómo tiene que doler eso. Menos mal que algunas las hay traicioneras y llevan anexa a su cáscara toda suerte de partículas de sabor desagradable. Las que se llevan la palma son las de pepita agria -revenía, como dirían en mi querida tierra– con esa puñalada directa al gusto que dan al morderla. Es lo que tienen las pipas; que siempre se guardan algo para aquellos que las tratan como mercancía barata y ni siquiera las miran al echárselas a la boca. Menos fútbol y mas delicadeza. Por unas pipas con dignidad, ¡carajo!