Culos

He dejado mis pertenencias en la taquilla, justo al entrar. Me he sentado en la primera silla que he visto. Es metálica, con respaldo y asiento de sky negro repleto de agujeritos que dejan al aire una espuma amarillenta que delata los terribles momentos que, como silla, ha debido soportar.

Me viene a la mente que habrán sido cientos de traseros de todo tipo los que se hayan servido de ella. Culos vestidos con mil diferentes prendas confeccionadas con centenares de tejidos. Culos con tejanos, en bermudas, lisos y estampados. Culos tremendos que ahogaron el sky y otros, que de serlo, solo lo eran por el nombre, porque ni siquiera se les esperaba. Culos inquietos que se ríen de los caídos y que sienten envidia de los respingos que otros insinúan. Culos con faldas y con mallas, culos en pantalones de deporte. Culos de mal asiento, que torturan a sus dueños y culos remolones, sobones y cansinos. Tantos fueron los que a la pobre silla presionaron que llegaron a hacerla indeseable a los ojos de cualquiera. Vieja y gastada, usada de más. Quiero pensar en aquel que provocó los agujeritos. Si fue solo uno o, por contra, aquel esperpento era obra de un ejército de insistentes posaderas que terminaron por desgastar la voluntad de esta vieja silla.

Algún culo hubo que quiso sentarse en mitad de la sala y obligó a su amo a levantarla azarosamente, golpeando sus metálicas patas contra las propias de la mesa, provocando ese desconchón tan feo que hace que olvide las mugrientas tapas de plástico negro que lleva por zapatos. Ese maldito culo que la engañó para siempre, prometiéndole un futuro estable, cerca de una cama y un escritorio. Algo fijo, que la sacara de esta sala pública donde todas, ella y sus compañeras, se ofrecen a cualquier trasero, de cualquier raza y condición, limpios o sucios, de casta o sin clase.

Desengañada me parece, la pobre. La miro por última vez mientras me llaman, que la reunión ya empieza y he de abandonarla. Levanto mi ínfimo culo de ella. Apenas se queja ya, de la costumbre. Es como aquellas viejas mulas que, abatidas, lloran arrastrando cargas que no son suyas. La dejo ahí, muda y cansada. Harta de culos que van y vienen sin que ninguno esté dispuesto a quedarse con ella más que el rato que dura una absurda espera.