Las esperas

Fueron poco a poco instalándose en su vida. Llegaron sin hacer ruido y ese verano estaban perfectamente acomodadas. Acompasaban su respiración, marcaban las alegrías con sus finales y arrancaban hasta la piel mientras duraban. Hacían de su cuerpo un muro de contención de mareas y vientos templados que azotaban su pensamiento llevándolo donde antes había estado con sus libros. Probó a soportarlas debajo del emparrado, dentro de las historias, en mitad de las tormentas y a la vuelta del café. Y terminó acostumbrándose a ellas, a hablarles, a sostenerlas con un ojalá que calmaba su agitación y hasta el calor que ya comenzaba a sentirse. Las esperas marcarían ese tiempo y únicamente se preguntaba cuándo podría echarlas de su vida sin saber si tendría la respuesta pronto, más tarde o nunca.

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