—¿Qué combinación le gusta más? Con total sinceridad. No se preocupe. No juzgaremos su elección. Siéntase libre.
Aquella persona, de aspecto impoluto, cortés en sus maneras y con un exquisito grado de exigencia que la hacía realmente irresistible, colocaba ante mí toda una suerte de vidas a elegir para este confinamiento. Yo no sabía cuál escoger. Todas me parecían adecuadas y, al mismo tiempo, descartables.
—La soltería me apetece, ciertamente —confesé, mientras deslizaba el dedo por la pantalla, viendo el resto de opciones.
—Es una buena elección, pero no se precipite. Como ve, contamos con otros modelos que, a la larga, pueden resultar interesantes.
Sin duda alguna, esta persona sabía vender. Conocía el producto y manejaba los tiempos con delicadeza. Continué examinando opciones en voz alta, al tiempo que me imaginaba en ellas.
—Divorciados con hijos pequeños (demasiada presión horaria), con hijos adolescentes (mano izquierda, mano derecha, gritos y castigos), amantes confinados que viven separados normalmente (revelación de secretos inconfesables), parejas sin hijos (Netflix con spoilers), matrimonios con trillizos (no sé qué hora es, dónde estoy y quién es esta persona que está a mi lado), amantes apasionados (desde cuándo no comemos en una mesa), parejas infieles (ya tocará, ya), estudiante fuera de casa (pasta, soledad y frío), matrimonio con hijo único (ni como ni dejo comer), abuelos solos (no me llamáis nunca), matrimonio de abuelos (cada uno a lo suyo), joven en el extranjero (pues tampoco se liga tanto)… Uffff… —exclamé, con evidentes síntomas de agotamiento. Tomé aire, apreté los puños y lo dije.
—Creo que voy a probar la soltería sin hijos.
—Le advierto que el confinamiento es especialmente perverso con este perfil. Recuerde que no podrá optar por disfrutar del paquete de vida social. Evidentemente, está restringido. Por otra parte, debe saber que su despensa será ciertamente pequeña, aunque abundante en vegetales, comida probiótica, extrañas variedades de cereales, pocos huevos, legumbres exóticas y una dosis considerable de aguacate. A todo esto, añada crisis extemporáneas y picos de extrema euforia.
A estas alturas de la compra, empezaba a experimentar ira. Así que me pronuncié seriamente.
—Oiga. Mire usted. Yo he venido aquí a comprar una vida para estos días de confinamiento. Le juro que he entrado con ilusión, pero después de todo este rato, sinceramente, no tengo ya ganas de nada.
—No se preocupe. Es normal. Se lleve usted la vida que se lleve, cuando la confine, sólo verá lo bueno de las que desechó y lo malo de la que se ha llevado. Les pasa a todos.