En la nevera

Llevo cuatro años de más aquí. Cuando empezó todo, sólo había sitio para las risas. Con mil y una enhorabuenas, cogí aquel vuelo militar y comencé a disfrutar de mi beca de investigación a cargo del Ministerio. Hacía frío y los días eran eternos. Los compañeros lo tenían todo. Eran listos, versátiles, políglotas, incansables, raros, insoportables. Únicos y a la vez variables, dulces, ásperos, renegados y amables. Con algunos de ellos probé vodka en probeta, me fui a la cama, fumé a sesenta bajo cero y reí a carcajadas tras las lentes del micro. Recuerdo a Alan leer versos mientras el campamento base amenazaba con salir volando. Tess, enamorada de Matheu y Yersse, sobretodo Yersse, tan cálido que derretiría él solo buena parte del hielo que nos rodeaba.

Los recuerdo porque de eso ya hace tres semestres. Sus becas fueron acabando de manera paulatina o encontraron algo más estable que un trabajo a lomos de un iceberg. Yo no. Bueno sí. Lo que quiero decir es que sí pero no o, mejor dicho, no pero sí. Mi beca terminó aunque los pasos finales, el avión de vuelta y todo eso, no se presupuestó en aquel ejercicio, de 2016. Quedó para el siguiente que se aprobara, así que aquí estoy. En la Antártida, bajo cero, con la piel blanca, sin voto rogado, sin billete de vuelta y hasta el gorro de tanto pingüino, los de aquí y los de allá.