Cuando eran algo más

En total, contando los primeros destinos, habían permanecido juntos treinta años. Les costó acostumbrarse el uno al otro. No fue amor a primera vista, así que durante meses se vigilaron mutuamente, sin dejarse arrastrar por sus instintos. Al cabo de ese tiempo -ninguno puede recordar qué les hizo cambiar- parecían una sola persona. Acostumbraron a desayunar juntos, alejados del resto. Implementaron su propio código y refinaron su sentido del humor hasta sincronizarlo completamente. Trabajaban sin hablar de ello y resolvían los casos fuera del horario establecido. Comprometieron sus esfuerzos solamente en los momentos necesarios y aprendieron a extraer la máxima productividad exactamente en unos pocos segundos. Hablaban poco de su método, jamás delante de los demás. Han sido tres décadas de la mano que ahora terminan con un destino dividido. Deberán desayunar por separado, resolver casos en equipos convencionales, volver a comprobar el chaleco por sí mismos y convertirse en lo que eran antes de conocerse, funcionarios.