Se ve la vida más tonta, más idiota, sin el fuste de antaño. Ya no luce lo que antes. Tanto, quiero decir.
Te veo con las ganas y sin ellas un instante después. Como si las fueras ofreciendo cuando nadie te sale al paso e, inmediatamente, pasaras a guardarlas en el bolsillo al encontrarte con el resto. No eres sólo tú. Ni yo, ni siquiera ellos. Nos pasa. A todos.
Me han dicho esta tarde, en la azotea, que eso es miedo y deseo juntos y no precisamente en ese orden de causalidad. Los deseos los provocan, despertándolos. Nos pasa. También a ti. A todos.
Sentimos, entonces, la necesidad de refugio. Al mismo tiempo, queremos que el tiempo se detenga o dé marcha atrás. Si así ocurriera, ¿no sería eterna la espera? Siempre en el mismo lugar, aguardando ¿a qué?
—Hay algo que me atormenta especialmente.
—¿Qué?
—El temor a que, por una vez, nos hayan contado la verdad y esto sea la nueva normalidad. Dime que nos han mentido de nuevo. Dime (como en las películas) que todo va a salir bien.