He ido a arrancar el auto esta mañana y la batería está descargada. Anoche, mientras aplaudía (aquí en Italia también aplaudimos), el móvil se me escapó de entre las manos (vivo en un sexto). Ya esta tarde, el niño le ha dado un mordisco al mando de la televisión y ha arrancado el botón de encender. Al agacharme a buscarlo, entre gritos, el otro niño se me ha echado encima y no puedo moverme del lumbago (estoy acostado). Resultó que el botón estaba en la garganta del primero y casi se nos muere. Menos mal que mi cuñado Luca, que vive con nosotros, conocía la maniobra de heimlich. Así, mientras yo hacía el gilipollas, lisiado en el suelo del salón, él le salvaba la vida al pequeño. Ahora es su héroe.
No hay agua (corriente). La fibra no funciona hasta mañana (eso dicen los del servicio técnico). El perro ha atacado al robot barredor y lo ha inutilizado. Después, se ha sentido tan culpable que se ha quitado la vida arrojándose por el balcón (que yo había dejado abierto para que se ventilara la casa). Sale agua de la lavadora. Falta sal, no hay pan congelado, no tengo trabajo y mi mujer dice que, cuando todo esto acabe, se marchará con un carabinieri que conoció en la autopista el 7 de marzo (creo que pinchó o eso me dijo).
Te preguntarás para qué te cuento todo esto. Y la respuesta es que lo hago por si estás algo desesperado por llevar un mes encerrado en tu casa. Ya verás cuando lleves cuatro días más (*).
(*) Italia anunció su confinamiento el 9 de marzo de 2020, cuatro días antes de anunciarse en España.