Gusa, conocida como Gusanita Azul conoció a Gusvi, Gusanito Violeta, hacía tres meses en el fondo de una lechuga fresca. Juntos viajaron en un camión desde Almería hasta la lonja de Murcia y de allí a una tienda de ultramarinos donde una señora de setenta y dos años se llevó la lechuga a casa un martes tres de febrero de 2015. Para entonces, Gusa y Gusvi llevaban ya tantos kilómetros recorridos que acabar enamorados era algo inevitable. El cariño y la suerte hizo el resto. La anciana, que se llamaba Carmencita, entre otros males, padecía de miopía y, al limpiar la lechuga, no acertó a ver a nuestros dos enamorados saltar violentamente de las hojas verdes y agarrarse -les iba la vida en ello- a la rejilla del desagüe, todo en mitad de un escenario horrible, a escasos centímetros de la tremenda corriente de agua que emanaba del grifo.
Pasaron horas hasta que Gusa y Gusvi encontraron un hogar apropiado. Cerca del fregadero, un cesto de manzanas golden parecía, ante sus ojos, un maravilloso paraíso. Se introdujeron en una de ellas y allí permanecieron una noche, amándose apasionadamente sin pudor ni precaución alguna, ya que Carmencita, además de medio ciega, estaba totalmente sorda.
A la mañana siguiente, Gusa se sobresaltó al escuchar el timbre de la puerta. Le costó despertar a Gusvi, el cual dormía profundamente, más aún cuando la noche anterior había sido memorable. Unas voces se escuchaban en la puerta y éstas se hicieron más sonoras a medida que Carmencita se aproximaba al cesto. Desde la ventana de su recién estrenado hogar, Gusa contemplaba aterrorizada cómo la mujer comenzaba a coger manzanas y a dárselas a dos adolescentes despeinados y mal vestidos que portaban una bolsa de plástico en la que iban dejando caer las piezas que Carmencita les daba. Gusvi comenzó a gritar, aterrorizado por el movimiento de tal manera que Gusa tuvo que abrazarlo. De repente, sintieron cómo el estómago se les daba la vuelta y los ojos se les quedaban en blanco. La aceleración que sufrieron sus pequeños cuerpos fue brutal. La sangre de sus venas iba y venía. Gusvi no lo pudo soportar y comenzó a vomitar por todos lados dejando el interior de casa perdido, casi inutilizable.
Los minutos que siguieron fueron angustiosos. Las noches de pasión habían hecho olvidar los malos ratos del camión y ahora los vaivenes que sufrían dentro de la bolsa de plástico eran insoportables. Para colmo, Gusvi, que además de sentimental era el más pesimista de su familia, no dejaba de llorar y de decir que iban a morir irremediablemente.
Gusa escuchó a los dos chicos hablar de una tarta de manzana y cómo Carmencita era una buena vecina que les recordaba a su abuela. Ellos dos no eran más que una parte de los cinco estudiantes universitarios que vivían en el piso de arriba y que, gracias a la sordera de Carmencita, podían celebrar fiestas casi todas las noches sin que su vecina les llamara la atención. No obstante, estos estudiantes no se salían de lo normal así que pronto olvidaron el asunto de la tarta y, en cuestión de minutos, dejaban olvidada la bolsa de plástico con las manzanas en lo alto del frigorífico. Cuando Gusa y Gusvi comprendieron lo que pasaba, al ver a aquellos seres despreocupados, respiraron tranquilos. Aquella primera noche cenaron en el porchecito que Gusvi fabricó en un santiamén. Las vistas eran inolvidables. Un jardín de manzanas Golden, repartidas a su alrededor y el cálido ambiente que les proporcionaba estar dentro de una bolsa de plástico fueron más que suficientes como para que nuestros dos enamorados descorcharan una botella de cava y bebieran hasta el amanecer, sin dejar de amarse.
Continuará …
Revisión de un relato escrito en algún momento del año 1992