Debido a la misma naturaleza de la vida y a que, una vez que corre el cronómetro, es ya muy difícil que los gobernantes vistan de corto y corran la banda, el mundial de fútbol se ha vuelto loco. Cristiano está en la sala VAR, diciendo a todo que siiiiiiiiiiiiiiii. Messi es comentarista radiofónico y mantiene a raya las críticas. Griezmann se ha cambiado con Godin para practicar sus quejas en un perfecto uruguayo. A Modric le ha dado por repetir, mejorando lo presente y Neymar ha ascendido por un momento a la mismísima cruz del Corcovado. Entretanto, los nuestros siguen tocando en la frontal del área, a pesar de que ya levantaron los aspersores y se apagaron todos los focos del estadio. Por lo menos, seguimos teniendo una estrella, que no te la quitan por perder. O qué pensábamos. Todo vuelve, hasta la España de los penaltis y los octavos, aquella que era nuestra hasta que un tal Aragonés por fin nos hizo olvidarla. Gracias a Rusia, ayer pude decir de nuevo aquello de «ahora me acuerdo» y oigan, por malo que parezca, no es una mala sensación. En estos tiempos en los que todos nos creemos merecernos todo, en los que no poder pedir una pizza a domicilio puede provocar traumas infantiles, en los que no disfrutar de todo el paquete de satélite puede ser tildado de maltrato familiar (peor incluso que un no), llevarse una desilusión, aunque sea futbolera, nos hace un favor como sociedad. No vaya a ser que se crean que todo es gratis y que todo se merece. ¡¡¡¡Gracias, España!!!!