A Lucas le ponían la vacuna de AstraZeneca. Por miedo a la reacción, se había tomado un paracetamol y dos palometas de anís seco con limón. Tras el pinchazo, se ha ido de cañas, ha comido de tapeo y después se ha soplado cinco cubalibres. Ahora está en urgencias. Su hija de dieciséis años ha sido la que ha llamado a los sanitarios.
—¡Pero hombre de dios! ¿Qué ha hecho usted?
—Me ha sentado mal la vacuna. Si ya lo sabía yo. ¡¡¡Que me iba a producir… rrrrrrrrrreac—-zzzión!!!
El doctor apenas tarda unos segundos en advertir lo que ocurre realmente. El olor a alcohol traspasa la mascarilla.
—¡Qué reacción ni qué narices! Usted lo que está es borracho como una cuba ¡Sinvergüenza! ¿No le da reparo que lo haya tenido que traer su hija hasta aquí en estas condiciones? ¡Y encima vacunado! ¡Poco nos pasa!
El médico no ha querido perder el tiempo con Lucas. Le han puesto un gotero con suero glucosado al cinco por ciento y tiamina y lo han largado a casa, previo depósito de doscientos euros en concepto de fianza por el gotero, las gomas y el soporte metálico. Lucas no quería pagar, pero su hija le ha quitado la tarjeta y la ha pasado por el TPV.
—¡No voy a poner el número! Que lo sepas, no lo pongo, no. ¡Que… no lo ponnnnnnnnngo!
La niña le pide al enfermero que sujete a su padre. Marca 1-2-3-4 y espera el ticket.
—¡Ya está! —le dice al médico. —¿Me lo puedo llevar ya?
El doctor, indignado, asiente con la cabeza mientras se pregunta por los misterios de la genética y de la sociología. ¿Cómo narices un engendro como ese podía haber criado a una chica tan responsable? Menea la cabeza, sin encontrar la solución y se dirige a Lucas, gritándole.
—¡A casa! Que aquí se ponen vacunas, no se curan borrachos. Que sepa usted que nos hemos quedado con el DNI y el número de tarjeta sanitaria, por lo que le vigilaremos estrechamente.
—¡Son ustedes unos mentecatos! ¡Medicuchos de tres al…!
—¡Cállate ya, papá! ¡Ya está bien! ¡A casa, ha dicho el doctor!
Un mes más tarde, una nueva variante del covid-19 circulaba por todo el país. El virus había mutado de manera extraña debido a una combinación explosiva: los genes autodestructivos del paciente cero (Lucas), una vacuna de adenovirus y una cantidad de alcohol en sangre exagerada. Pronto se convirtió en la cepa dominante, aunque significaría, a la postre, el final de la pandemia. La causa, la visibilidad de la infección. Por primera vez, no sería necesario realizar PCR ni test rápido. Los pacientes infectados, sencillamente, parecían sumidos en un estado de intensa embriaguez.
—¿Está usted seguro de que hemos acabado con la pandemia? Mire cómo está la terraza. Veo, al menos, veinte infectados.
—No son infectados.
—¿Ah no? ¿Qué son entonces?
—Son borrachos.
—¿Y cómo los diferencia usted?
—Fácil. Estos dicen la verdad.