Sin aliento, consigue llegar a la primera casa que encuentra. Tiene que sacar fuerzas de sus adentros para poder llamar al timbre. El dolor en el estómago es insoportable. Siente náuseas y teme perder la consciencia. Nadie abre. Su aspecto debe ser patético, cuando no terrorífico. Golpea con la última dosis de energía la puerta, esperando despertar la compasión de quien observa tras ella. Grita ayuda, llora. Su voz se apaga. Cae de rodillas, mientras combate la gravedad agarrándose a la puerta con sus manos ensangrentadas. Sus últimas súplicas son inaudibles. La puerta se abre. Su cadáver es arrastrado hacia la parte trasera, donde es descuartizado y enterrado en menos de tres horas.
Buenos días señora, disculpe que la moleste. Nos preguntamos si la pasada noche escuchó o vio algo extraño. Concretamente, buscamos a un reo que anda fugado del penal desde el pasado viernes. Seguramente, usted habrá escuchado el asunto en las noticias.
La puerta se cerró instantes después. Al inspector Smith siempre le costaba hacer preguntas a los nuevos vecinos. Era la primera vez que veía a aquella mujer, llegada de no se sabe dónde hacía seis meses, justo cuando ingresaba en la penitenciaría el fugado.
Tras la puerta, totalmente limpia, Agnes perdía de vista a aquel policía casi retirado. Demasiado viejo y cansado como para averiguar que buscaba a un muerto, el mismo que había asesinado a sus dos hijos tres años atrás, dejándola muerta en vida.