Cada vez existen más muros. El último de ellos lo ha levantado un criminal social que camina pegado a un maletín donde guarda llaves, códigos y botones con los que atemorizar al mundo.
La pared no es lo suficientemente alta y puede verse lo que ocurre tras de ella. Además, del otro lado aparece gente desvalida y desesperada. Personas que quieren y no quieren, al mismo tiempo, atravesarlo, pues dejan atrás sus vidas, sus amores y su futuro, hoy más incierto.
Pensábamos que este mundo globalizado ya no consentía más muros, no porque impidiera la vida misma de criminales sociales, sino porque sus cimientos se disolverían como arena entre las aguas tranquilas de la democracia. Caerá por sí mismo.
Todo ha sido una mascarada. Lo disfrazamos con el traje de loco. Probamos, también, con el propio de un tirano que gobierna algo venido a menos. Él, sin embargo, seguía siendo un criminal que silenciaba las palabras contrarias a base de tiros en un portal. Siempre con su maletín, tratado como lo que no era.
El criminal, haciendo honor a su naturaleza, se ha despojado de las excusas, exhibiendo su falta absoluta de vergüenza y humanidad, revelando a las bravas lo que es y lo que quiere. Desea un muro que abarque, cada vez, un territorio mas vasto. Uno que nos encierre con él para callarnos a punta de pistola y a golpe de porra. Para que pueda pasearse, entre nosotros, con su maletín, a pecho descubierto, recordándonos que es quien manda y decide nuestras libertades.
Paren, a toda costa, al criminal.