Han prohibido el uso de dinero en efectivo. La Ley 23/2025, de 8 de abril, de restricción monetaria y supresión de efectivo, entra en vigor mañana. Son muchos los que hoy han hecho cola hasta tarde, para ingresar toda la pasta en el banco. Y no sin razón, pues la ley castiga con prisión permanente revisable la tenencia de dinero líquido. Además, autoriza a la policía a registrar, sin orden judicial, tu domicilio si se sospecha que tienes monedas o billetes escondidos en casa. Yo, por si acaso, he estado limpiando los tres últimos días y he tirado todas las cajas, carpetas, archivadores, huchas y ceniceros que andaban entre los muebles y los cajones. Creo que puedo decir que no tengo ni un euro en mi casa y, aunque mi palabra no valdría mucho más que la de mi vecino, al menos estoy algo más tranquilo que ayer. Me ha llamado mi madre para preguntarme si yo sabía dónde guardó mi padre la colección de pesetas y duros (alguna perra gorda había también), que el pobre no se acuerda si la regaló o si está por ahí en medio de alguna cubertería. Madre mía, a dos horas de la entrada en vigor y mis padres andan ahora con estas, así que me he acercado corriendo a casa y la he registrado de arriba a abajo. Y he encontrado:
La foto de la comunión, un Spectrum 48k con el casette y una cinta dentro del Comando, el libro «Edad prohibida», un semicírculo graduado, un imán de naranjito, un jersey de ochos, un spiderman de cartón de los phoskitos, un trompo con pua asesina, una portería rota del subbuteo, un sacapuntas de cuchilla, un pelo de sierra de marquetería enano, unos pantalones de pana, un walkman autoreverse, el cazo de la leche, un transformador de 125, un rotring, un casco de mirinda y, justo debajo de una libreta Guerrero estaba la colección de duros y pesetas y también la perra gorda. Menos mal.
Hemos llamado a un 900 que la autoridad monetaria ha facilitado con el fin de que nos enviaran un equipo de retirada de efectivo. Acaban de irse con la colección. Mi padre llorando, mi madre dando gracias a Dios y yo haciéndome un poleo para calmar los temblores. En fin, el caso es que han dado las doce y aquí ya no hay monedas. Ni aquí ni en ningún sitio. A partir de mañana pagaremos con las pupilas por imperativo legal. Solo espero que las máquinas lectoras no vean todo lo que pienso, todo lo que siento y todo lo que soy y que se conformen con saber solamente cuánto dinero tengo.