Carmen

Francisco ha hecho migas. Juan, macarrones. Lola, su ensalada. Inés, un hervido. Felipe, sopa de fideos. Alberto, caracoles. Martina, rollitos, de primavera. Luis, tortilla. Isabel, lentejas. Carmen. Carmen ha comido de tapas. La han visto en ese bar de hombres que abre de seis a una, de la mañana. Carmen no es de tupper peliculero. Ella, de dados y cubilete, de chistes de cazadores y de historias de carretera, prefiere los callos, la oreja y el calamar en salsa americana. Sale a las dos y nos desea buen provecho, mientras nos quedamos calentando horas perdidas en el microondas de la salita, al lado del despacho de Lola, esperando a sus tacones. Cuando Carmen llega, a las cuatro, trae su café puesto, su piedra y su chispazo, siempre con buen humor. Y nos cuenta lo último, que a la postre viene a ser solo algo que te alegra lo que queda de tarde. Y qué más queremos. Si con eso ya vamos más que apañados. Claro que sí, Carmen.