mi plato preferido

Un buen día, el mundo se quedó sin material para fabricar nuevos microchips. Apareció en la televisión un señor taiwanés y dijo, en un inglés áspero y rotundo:

—No more microchips! (microchips no hay más).

No pronunció ninguna palabra adicional, ni volvimos a saber nada de él. Bueno, sí, alguien se lo cargó de tres disparos en la cabeza. Alguien, supongo, muy enfadado por la noticia.

En las horas inmediatas a aquella declaración, la gente siguió a lo suyo. Por todas las redes sociales circulaban memes con la cara del señor taiwanés y la famosa frase. Sin embargo, al cabo de unos días, comenzaron a escasear todo tipo de dispositivos electrónicos en los comercios. Y, claro, los precios se dispararon hasta tal punto de llegar a pagar por un móvil desactualizado la cantidad de seis mil euros.

No quedó ahí la cosa. Brutalmente asesinado el señor taiwanés, todo el mundo se tomó en serio aquello que había dicho y comenzaron las revueltas. La gente andaba como loca buscando microchips en cualquier sitio. Los autos que dormían en las calles aparecían desguazados; incluso podías perder la vida por el móvil o por la tablet. Batidoras, centrales de alarma, lavadoras, planchas, cualquier cosa susceptible de albergar un microchip era perseguida.

Como no había posibilidad de crear nuevos, el mundo se volvería más lento. Los teléfonos móviles fueron los primeros en quedarse obsoletos y, con su muerte, muchas redes sociales desaparecieron. Mi padre llegó a decir que aquella situación le era familiar, pues las personas que aún deseaban contactar en Internet, debían hacerlo a través del ordenador y usar viejas páginas llamadas blogs. Eso fue por un tiempo, claro. Los navegadores eran tan potentes y recogían tanta información del usuario que los microchips antiguos se colapsaban. Como resultado, la Red involucionó y regresamos a la web 1.0. Fueron días de texto plano, hiperlinks y archivos jpeg de baja resolución.

Nos quedamos sin tarjetas de crédito, sin Twitter, sin Facebook, sin Bitcoin, sin Instagram. El mundo perdió miles de millones de likes y la ausencia de postureo indujo a muchos al suicidio. En cuestión de un par de años más, todos los servidores de Google cayeron y la Red desapareció. El mundo se quedó sin memoria y volvimos a ser locales. Sé donde está Taiwán porque encontré un mapa en una Larousse, que es una vieja colección de tomos grandes que, como ese país, ya no interesaba a casi nadie.

En el presente, estamos muy interesados en los libros. Existen ciudades donde han aparecido millones de ellos y se cuentan por cientos los grupos de personas que se dedican a copiarlos y repartirlos entre la población, haciendo negocio con ellos. En mi caso, prefiero los de cocina. Recientemente he descubierto uno sobre Taiwán y me ha parecido interesante pues desconocía que esta gente, antes de hacer microchips, dominaran la sopa de fideos con vaca, mi plato preferido.