Como en ningún sitio

Aparecen sin previo aviso. En silencio y con paso constante, se abren paso sin que puedas evitarlos. Duran apenas unos segundos y, antes de marcharse, se vuelven sonoros. Celosos, contagiosos, envidiosos e insistentes. Algunos de ellos podrían desencajarte la mandíbula, otros casi te hacen llorar. Los hay pesados, por aburrimiento; extraños, por hambre; innecesarios, como los que ocurren al volante. Pero los mejores son los bostezos que nacen y mueren en esos tres segundos que tardas en arroparte, cerrar los ojos y pensar que, como en la cama, no se está en ningún sitio.