los allegados

Esta tarde se han presentado en casa seis allegados. Apenas he abierto la puerta, se me han colado dentro. Tengo a uno jugando a la Play con mi hijo y a otro en la cocina con el frigorífico abierto (si lo viera madre, una buena voz se llevaba). Los que parecían más allegados, se han metido en la cama y no se les deja de oír. Y para terminar, el primero de los dos restantes está dictándome el relato y el otro, que acaba de salir de la ducha, pregunta cuándo se cena.

Yo era feliz siendo una persona (casi) solitaria. Mi círculo de allegados había colapsado hace años, encomendando tardes y fines de semana a intentar encontrarme a mí mismo y a cuidar de los míos. Me gustan mis rutinas, pues las aderezo con manías propias de un cincuentón; guardo mis cosas en muchos cajones y no me muero por no salir al cine. Soy, la mayoría del tiempo, alguien con mucha vida interior, forjada a base de echar la llave por dentro a las tres de la tarde. Y ahora esto.

Como podrás sospechar, estas últimas líneas no me las ha dictado el allegado escritor. Aproveché la proximidad del abrecartas que me regaló un día padre para acallarle la yugular. Ahora puedo ser yo otra vez. Usé el mismo arma para punzar el corazón de su colega, sentado en la cocina, mientras daba cuenta de un trozo de queso manchego. Por la espalda, como se merecía.

A los amantes los dejaré para el final, por aquello de la petite mort. Comienzo por el de la ducha, aprovechando el vaho que enmudece el espejo. El abrecartas empieza a perder filo. De hecho, se ha partido dentro del cráneo, así que, mientras doy una voz al niño para que se marche a jugar con sus amigos al parque, dejo al allegado jugador de la Play tieso como un palo. Con qué, te preguntarás. Con el secador de pelo. Total, a mi hija ya no le gustaba como funcionaba.

Señores. Toca ir terminando. Si ya han acabado sus escarceos amorosos, recuérdenlos bien, porque este es el fin. ¡Ay los amantes! Se habían quedado dormidos, tras tanta pasión, así que tuve todo el tiempo del mundo para volcar el armario ropero de seis puertas sobre sus cuerpos, vencidos por el deseo.

Y así es como se acaban los allegados y vuelvo a mis pensamientos interiores. Si alguno queréis venir, sólo tenéis que tocar al timbre.