yo quiero el 1,15

Una empresa fabrica tres productos, empleando cantidades distintas de trabajo y capital en cada uno de ellos… Así comienza el enunciado de uno de los ejercicios prácticos que entran en las pruebas EVAU, para la materia de Economía de la Empresa.

Y en tanto los chiquillos lo intentan resolver, tras las oportunas explicaciones, el docente transita por el aula, comprobando que saben lo que hacen y que no se atisban dudas en el horizonte. Es cuando recuerda que dejó el pan encargado y que, esta tarde sin falta, debe ir a pagar la factura de la última reparación de una vieja caldera que se resfría todos y cada uno de los inviernos, justo cuando pega más fuerte el frío.

El silencio ha acabado por imponerse en el aula. No es obligado, sino deseado y el docente lo celebra, pues lo propician las propias mentes, en su afán de conseguir resolver un ejercicio que comprenden.

—Cuando entiendes las cosas, te gustan, —dice una de ellas, aplicando más fuerza sobre el papel. Nadie más habla. Porque no quieren, aunque pueden.

—Esto marcha. Una cosa menos —se dice el docente, que deja de deambular, abandonado porque ya nadie lo necesita. —Ya vuelan solos —vuelve a decirse, apartando sensaciones encontradas, pues quiere que sepan y quiere, también, que lo tengan a uno en cuenta. Gana lo primero, siempre, a pesar de lo segundo.

Mañana tengo que corregir y poner notas. Y llamar a madre, mirar lo del médico y pensar en escribir algo. De todo esto, lo último es lo más atractivo. No saber quién leerá lo que se introduce en el procesador. Ni siquiera si alguien lo hará o se hartará de uno por insistente. El silencio acaba de romperse, pues ya tienen un resultado, que es de 1,15, cifra de la productividad global de una empresa que nunca existió, más que en un papel. Como consecuencia, por cada euro empleado en recursos, esta ficción patrimonial obtuvo 1,15 euros de producto.

—¡Ya quisiera yo ese monto para mis relatos!

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