sesenta segundos

Se llama Daniel y, sin explicación alguna, sabe lo que le va a ocurrir dentro de sesenta segundos. Para ser más exactos, se ve a sí mismo en un futuro tan inmediato que casi podría ser catalogado como instantáneo. Un cuasi presente, un fallo más de esta cutre «Matrix» en la que nos desenvolvemos a diario.

Se da cuenta, por primera vez, en la autovía. Debe coger la salida 95 de la A-43 para acceder a la CM-42 (la de los viñedos). Unos metros antes, ve como un coche igual al suyo cruza el puente sobre la A-43. Le llama la atención, así que, al fijarse, comprueba que es él quien va al volante.

Siente un escalofrío. A pesar de ello, pisa el acelerador y aprieta los dientes. La salida en curva para cambiar de autovía exige concentración y nervios templados, sobre todo si se toma a noventa. Ya en la CM-42, puede ver su futuro despachar la salida 123 hacia Socuéllamos, su destino esa misma tarde.

Daniel corre todo lo que puede por la CM-3102, siendo incapaz de darse alcance a sí mismo. El minuto que los separa conforma un abismo infranqueable. Al entrar al pueblo, repara en su destino. El aparcamiento frente a casa. Allí estará él, sesenta segundos antes. Entonces, pedirá explicaciones, si el espacio-tiempo no hace de las suyas.

Al llegar no ve el coche. Estaciona en el lugar habitual y cruza la calle como una exhalación. Entra y ve a madre, sentada frente al televisor.

—¿Qué se te ha olvidado, Daniel?

—Darte un beso, madre ¡Que te quiero mucho!

—¡Uy! Algo quieres tú ¡Dos besos en sesenta segundos!