—Cuéntame lo último que has hecho.
Su mirada invitaba al relato. Sentí que esta vez podría ser sincero.
—Fue anoche. Me desvelé a eso de las tres. Ella dormía. No tuve miedo a despertarla, pues tiene un sueño muy profundo. Su cuerpo estaba entrelazado con el mío. Me liberé con suavidad y decidí salir a caminar.
Silvia seguía con atención mis palabras. Deseé cogerla de la mano, olvidar la conversación y besarla. No me atreví.
—A esa hora, algunos jóvenes volvían de la playa. Las chicas, con los tacones en la mano. Los chicos reían y alborotaban alrededor de ellas. La mayoría había bebido. Tuve miedo. Algunas pandillas insultan a la gente mayor. Por fortuna, pasaron de largo. Enseguida cogí el camino hacia el acantilado.
—Es un camino peligroso. Pudiste haber caído.
Esta vez, el tono de su voz era distinto. Había en él una cierta valoración.
—Perdona. No quise interrumpirte.
—Me llevó veinte minutos alcanzar el mirador. Permanecí sentado a partir de ese momento.
—¿Qué sucedió entonces?
La miré fijamente.
—Apareciste tú.
Retiró sus manos de la mesa para llevarlas a sus muslos, al tiempo que su cuerpo retrocedía, irguiéndose sobre la silla. No obstante, aquello duró sólo un instante.
—¿Qué hice? ¿Hablé contigo?
—Ni siquiera me viste. Yo estaba allí, invisible a tus ojos. Ibas vestida como ahora. Parecías tranquila. Siempre lo pareces. Observamos el mar en silencio hasta poco antes del amanecer. Podía escucharse a los pescadores arribar a puerto cuando te marchaste.
—Has dicho que siempre parezco tranquila ¿Desde cuándo nos vemos? —preguntó.
—Llevamos treinta años juntos, Silvia. Durante los primeros cinco, ni una sola noche advertí que faltabas. Cuando lo hice, tuve un miedo horroroso a perderte. Te imaginaba en manos de otra persona. Tú actuabas como si nada ocurriera y a eso me agarré. Nadie me había querido como tú hasta entonces.
—¡Eso es una locura! Nos conocemos desde hace unos meses. Me encantan tus historias. Haces… ¡Dios! ¡haces que parezcan tan reales! ¡que las respire! Siempre que vengo a verte, me pregunto cómo me sorprenderás. Me conviertes en una persona llena de vida, justo aquí, en este lugar, tan repleto de tristeza.
—Ojalá fuera una locura, Silvia. Durante años, desapareciste durante las noches. Ahora, estás ausente durante los días. Pero no me hagas caso. Es sólo otra historia más de un viejo loco, enamorado de alguien que sigue estando para él.