circunstancias

Hans intenta dormir, aunque el billete Economy no da para mucho. El vuelo va para dos horas largas y, por fin, ha podido deshacerse del cinturón de seguridad. Resulta curioso cómo, en un tubo de no más de cincuenta metros de longitud, coinciden tantas vidas juntas y apenas es posible encontrar excusas para mantener una conversación. A Hans le pesan los párpados, le duele la nuca y comienza a dejar de sentir las piernas.

—Disculpen las molestias. Nos complace advertirles que nos detendremos en el próximo banco de nubes.

A Hans le parece estar soñando. Que recuerde, jamás un avión hizo una parada en pleno trayecto.

—¿Qué tipo de nubes componen ese banco? —pregunta un señor, unas filas más atrás.

—Son cúmulos, caballero —responde amablemente el asistente de vuelo.

Hans levanta la mano, visiblemente contrariado.

—Disculpe, yo no puedo exponerme a un cúmulo —exclama con rotundidad, confiando en abrir un debate que conduzca a anular la parada.

Hans advierte que el resto del pasaje lo mira con incredulidad, así que decide explicarse.

—Verá, señor asistente de vuelo, lo digo por las circunstancias. Me es muy complicado enfrentarme a un cúmulo de circunstancias. Algunas de ellas me serán adversas y bastantes problemas tengo ya encima.

—¡Oiga! —se escucha en un perfecto alemán —¡Aquí hemos venido a sobrevolar los inconvenientes! Si no está usted de acuerdo, tal vez debería marcharse.

La mujer que ha pronunciado la frase es inmediatamente apoyada por el resto de viajeros, incluida la tripulación. De hecho, el piloto zarandea el aparato en señal de aprobación. Hans, a punto de perder el equilibrio, exclama:

—¿Y dónde me meto? —responde Hans, encogiéndose de hombros.

—Escóndase usted en el lavabo —indica su compañero de bancada (hasta ahora mudo) —Es el único sitio donde no cabe circunstancia alguna.

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