La absoluta certeza

El confinamiento en soledad me estaba destrozando. Después de veintinueve días bajo un completo aislamiento, mi cuerpo comenzaba a quedarse dormido. Fue entonces cuando apareciste. Me dijiste que no tenías a nadie, que la policía iba tras de ti, que necesitabas entrar y estar conmigo. Y no pude negarme. Debió ser tu forma de mirar, la manera que tuvieron tus labios de pronunciar aquellas palabras, tus manos o tu cuerpo. No lo sé, pero algo irresistible había en ti. Te dejé entrar y nos besamos impetuosamente. Me empujaste hacia la pared, tirando al suelo todo lo que había entre nosotros. Casi sin ropa, me mordiste, me hiciste gritar, me dejaste sin aliento. Quise besarte y pegarte en un mismo segundo. Quise quedarme allí y salir corriendo. Lo quise todo, sabiendo que no dejarías nada.

Te marchaste esta mañana, dejando mi cuerpo como testigo. Tengo marcas. Sobre él y dentro de él. No puedo olvidarte. No quiero hacerlo. Soy consciente de cómo se desvanecen tus manos apretando mi piel, tus dientes atrapando mis labios, tus ojos metidos en mis entrañas. Ya no quiero salir de casa. Ni siquiera por un solo instante. No me perdonaría, jamás, que volvieras y no estuviera aquí para tener, de nuevo, la absoluta certeza de que mi cuerpo está vivo.