No desesperes

Mi casa se ha convertido en un refugio para muchos. Está la soledad, que sabe lo que es no tener a nadie a su lado.

También el miedo, que se enfrenta a los ruidos que se escuchan de noche, tras las puertas de los armarios.

Hay sitio en casa para la pereza, que te empuja una y otra vez hacia otro lugar cuando recuerdas tus obligaciones.

La envidia, que quiere que las vidas que ves pasar por la ventana sean tuyas. Todo con la intención de desearlas y de conseguir que olvides la propia.

La calma. La hallas muy quieta cuando todos estos duermen.

La ira, esperando escondida a que te invada el hartazgo.

La alegría, en estos tiempos tímida y vergonzosa, sujetada por ella misma, porque no quiere estropearlo. No se celebra nada antes de la salida por si acaso, me ha dicho esta mañana.

El amor, que te espera pacientemente para aliviar los golpes, muchos de ellos infligidos por uno mismo. El amor, que no deja sitio para la razón.

La razón, ahora que la nombro. Se fue de casa hace un tiempo, no sin antes decirme que lo pretendido era un imposible. Aguantó lo que pudo y ahora la veo, a menudo, pasear con otros. Mi locura, por fin, dejó de sentir celos.

La espera, de humor impredecible. Es la llave de todos estos demonios que entran y salen de casa. Ya los escucho, a todos en tromba, venir a aporrear mi puerta. Ahora no os voy a dejar entrar. Es lo que me ha dicho para manteneros a raya ¡Que no desespere!