Poleo menta

Soy de tomarme el poleo menta sin azúcar y con el sobrecillo dentro. No gasto cucharilla, porque de nada me sirve y me gusta hacerlo en vaso ancho y robusto, de esos que salen en las series americanas cuando el bueno va a ver al malo y éste le sirve un whisky on the rocks, que es lo que por aquí se viene llamando piedra. Ni más ni menos. El poleo se toma solo, sin gente, porque no es una bebida social. Para eso está la cerveza o el vino, que ayudan en las relaciones y hacen que la gente sonría incluso sin saber de qué. También hay mucho gin tonic en los bares, con variantes sofisticadas y especialistas de pajarita con cucharillas de rabo largo retorcido. Una vez vi poner un gin tonic a uno que decía que había ganado premios y acabé preguntándome cómo demonios haría el resto de cosas ese hombre en su casa. No hay barmans que te pongan un poleo así. De hecho, prefiero el poleo casero, que es más elaborado que el de bar. Porque en casa, llenas tu vaso de agua, pones el sobrecito, abres el micro y esperas un minuto a que suene el ring. No como en las cantinas, cuando meten el hierro ése en el agua del vaso más vulgar que han podido encontrar y giran la rula, dándole un sofocón tremendo al sobrecito, todo en cuestión de segundos. Así parece que el poleo no tiene mérito ni elaboración, porque es tan poca cosa que acabamos en un suspiro. Yo, por solidaridad, cuando me sirven un poleo menta en un bar, no le quito el sobrecillo, como en casa. Al menos, que esté ahí todo el tiempo, después de ese violento ataque del hierro candente de cafetera, el mismo que había calentado un minuto antes dos leches para dos cafés, uno cortado y otro manchado. Aquí en España, somos muy de ir siete a un bar a tomar café y pedir cada uno una cosa diferente. Está el café solo, el largo, el cortado, el bombón, la manchada, el descafeinado de máquina, el de sobre y el especial, ése que piden ahora con esa palabra, nube. A mí ponme un dedito de café con una nube de leche. Qué cosas. Me imagino al campeón de gin tonics tomando nota alrededor de una mesa de antiguos compañeros de instituto, de esos que se juntan por whatsapp y se desvirtualizan veinticinco años después. Así, de golpe. Pasan veinticinco años y saltas del mini de kalimocho al gin tonic de fresa con una nube de esencias de cardamomo. No me jodas Juan, que nos soplábamos el vino con casera en cubos de fregar y míranos ahora, con las fresas y el cardamomo. El mundo del gin tonic, que nos hace descubrir que más allá del ajo y el perejil, existen cosas como el cardamomo, que supongo estarían ya hace tiempo en otros países porque aquí la cosa iba más encaminada al Licor 43 o, en un caso de mayor sofistificación, al Cointreau, Cuantró para los de siempre. Volviendo al poleo, me lo acabo de terminar y ahí se ha quedado el sobrecillo, cadáver, húmedo, desinflado, desprovisto de su esencia, frío ya. Para lo poquita cosa que es, hay que ver lo que da de sí un poleo menta.