—¡Juan! Te llamo para ver si sería posible que esta tarde quedáramos para jugar al dominó.
Esperé unos segundos, concretamente tres. Continué.
—¡Llevo yo las fichas!
Juan colgó el teléfono sin mediar palabra. Justo lo convenido. Satisfecho, hice lo propio y me dispuse a preparar la lista.
—Platoon, La lista de Schindler, El padrino, Ciudadano Kane, Doctor Zhivago, Memorias de África, Casablanca, Pulp Fiction, La guerra de las galaxias, El resplandor, El graduado, Blade Runner, El silencio de los corderos, La naranja mecánica, Lo que el viento se llevó, Psicosis, Con faldas y a lo loco, Espartaco, American Beauty, Alien, Lawrence de Arabia, Apocalypse Now, Forrest Gump, Regreso al futuro, Rocky, Salvar al soldado Ryan… ¡Uf! Creo que es suficiente.
Doblé cuidadosamente la hoja de papel y la escondí en el bolsillo pequeño de los pantalones. Justamente ese que antes servía para llevar monedas, las mismas que prohibieron hace unos años.
Cogí mis fichas de dominó y bajé a la calle. La casa de Juan estaba a unas manzanas de distancia y no llevaba demasiado tiempo hacer el camino a pie. La tarde era agradable. Los niños jugaban en el parque de la calle tres, debidamente vigilados por las brigadas infantiles. Sus padres, mientras tanto, asistían a charlas de formación en el centro de la calle cuatro. Juan vivía en la calle nueve.
Hacía algún tiempo que las calles dejaron de tener nombres. Resultó que, cada cinco o diez años, los personajes a los que aludían se descubrían como tiranos, racistas, xenófobos o indignos de una sociedad tan avanzada y justa como la nuestra. Se decidió entonces sustituirlos por números.
Aún me quedaban unos minutos para llegar a casa de Juan. Caminaba despacio, sin levantar sospechas, con mi cajita de dominó bajo el brazo, cuando escuché:
—¡Deténgase! Identifíquese y deje esa caja en el suelo ¡Hágalo despacio! —me espetó un brigada de vigilancia ciudadana, al tiempo que su compañero señalaba con su mano la Taser que llevaba colgada del cinturón. Obedecí al instante.
—Ciudadano 123456-XTR. Alias Pepe. Soltero. Jugador de dominó. Sin oficio ni beneficio. Un ciudadano ejemplar, por lo visto —comentó el que me había dado el alto. Su compañero inspeccionaba las fichas con sumo cuidado. Era un juego antiguo (perteneció a mi padre, gran jugador por otra parte). Las fichas habían adquirido un color amarillento, pues eran de hueso puro. Sus bordes estaban redondeados y el metal del centro tan gastado que se confundía con el cuerpo central. Quedaban pocos juegos de dominó tan exclusivos como el mío. El brigada se dio cuenta. Temí por ello. Era habitual que, en sus identificaciones, los agentes se apropiaran de aquello que les gustaba.
—Tiene usted un juego de dominó muy bonito. Y, ciertamente, parece un ciudadano modelo. Dígame, ¿hacia dónde se dirige? —preguntó, queriendo ponerme nervioso. Contesté con la verdad.
—Me dirijo al domicilio del ciudadano 123123-TRX, alias Juan. Jugador de dominó. Sin oficio ni beneficio. Soltero. Ciudadano ejemplar, tal y como reza en su buzón. Solemos jugar todos los miércoles a eso de las cinco de la tarde.
—¿Juegan ustedes solos? —preguntó el brigada mientras examinaba el juego, ahora en sus manos.
—Lo cierto es que sí. Resulta complicado encontrar, en estos tiempos, buenos ciudadanos que potencien los antiguos y nobles juegos de mesa. Además, nuestro nivel es alto y muchos rehúsan acompañarnos. Solemos ganar cerrando la partida, en ocasiones, hasta con cinco fichas en la mesa.
El brigada pareció convencido. Su compañero no abrió la boca en ningún momento. Me dejaron marchar sin cachearme ¡Soy todo un profesional en esto!
Juan me estaba esperando algo nervioso. Mi encuentro con las FOS (fuerzas del orden social) había provocado que me retrasara diez minutos. Para cuando llegué, estaba a punto de abortar la operación.
—Pensaba que había ocurrido algo —me dijo tras abrirme la puerta —¡Pasa! No te quedes en el rellano.
Entregué la lista a Juan. Me dijo que resultaría difícil encontrar todas aquellas películas, pero que alguna tenía posibilidades. Estaban prohibidas con clave Alfa, la catalogación más peligrosa. No obstante, casi llegó a prometerme que finalmente podría hacerse con todas ellas.
El resto de la tarde la pasamos jugando al dominó. Hicimos un paréntesis para ver Fort Apache en un viejo reproductor de vídeo VHS. Salí contento de su casa. Las tardes de los miércoles eran las propicias para volver a disfrutar de aquellas películas que estaban prohibidas por la LCS (Ley de Conocimiento Sostenible). Una ley que provocó la desaparición de todos los libros y películas que contuvieran violencia, guerras, traiciones, amores platónicos, parejas ortodoxas y ciencia ficción no recomendable. Vamos, toda la puñetera historia del cine.
Afortunadamente, quedan personas como Juan. Grandes jugadores de dominó que saben esconder sus fichas y enseñar otras muy distintas ¡Bravo Juan!