Este verde que me puede, que me atrapa y no me suelta. Por verde, hasta las mantillas de la mesa de camilla, que miran con envidia el negro selecto de la máquina de café, la pobre, llena de achaques. Tantos que no atina a llenar el vaso y vierte su dosis por todas partes, poniéndolo todo perdido. De suelo, terrazo. Como Dios manda. De ese que lo pules y queda como nuevo, te diría cualquiera por decir algo y no callarse. Jamás se calienta, siempre frío. Cansino. Como esta sala que según horarios, te destroza, más o menos. Medio vacía, plagada de esas sillas que llevan años soportando tantos culos, parece que no puede más. No puede de tanto rancio, el mismo que viste a los pisos de alquiler. Me falta la flamenca y el toro encima del Telefunken, con la pantalla de borde negro y cuerpo verde. Ese verde, que se suma al negro gastado y ese pardo de unos sillones que guardan secretos a voces, a juzgar de lo que se oye según quien cuente. Por lo visto, hace años se llevaron la última alegría y hoy, desvencijados, no hay quien los mire. Por favor, que alguien, alguna voz, algo, lo que sea, me rescate de este lugar que no es de nadie y que ocupamos, solo por obligación.