¿quién los quiere?

—¡Soy un patriota! —gritó, con la cabeza bien erguida.

—¿Tú? —exclamó sorprendido, señalándolo con su pico de oro. —¡NO! ¡Yo soy un patriota! ¡Tú eres un traidor a la patria!

—¡SANDECES! Nadie más patriota que yo. Y nadie más traidor que tú.

—Por mucho que eleves la voz, no convencerás a nadie. Si alguien, aquí, es patriota, está claro que tú… ¡NO LO ERES!

Amalia cerró la puerta del patio y fue en busca de Miguel. Cuando entró al salón, lo vio jugando a la Play.

—¡Miguel! ¡Miguel! ¡MiiiiiiiiiiiiiiiiiiiGuelllllllllllllllll!

Se acercó al niño y le apartó los cascos.

—Miguel, hijo. Cuando termines la partida, haces el favor de ir al patio y le devuelves a tu amigo Gonzalo los dos loros que trajiste ayer. Puedes decirle, de mi parte, que se los queden sus padres.

—¡Mamá! ¡Si no hacen nada! ¡Sólo cacarean!

—Lo sé, hijo. Aun así, llevátelos. O terminarán por volvernos locos a los demás.