¿De dónde vienes?

—Las barbacoas, todas eléctricas. Como los coches y los patinetes. Como el amor cuando se entrelazan las manos. Como los primeros besos de entonces, antes de los veinte.

El hombre resopla antes de proseguir el relato. Alguien, que parece estar al mando, aparta al gentío. Con ello intenta que tenga suficiente aire como para no marearse de nuevo.

—Los tejados, electrificados. Incluso los tenderetes para secar la colada. Los perros y los gatos, alimentados de manera autónoma. Todo va por vatios. No hay palancas ni mecanismos manuales. Ni aceite ni humos ni dióxido de nitrógeno.

Parece delirar. Sin mirar a nadie, continua:

—Tampoco existen cables, sino una especie de aislante túrbido que permite el paso de la corriente, convirtiendo las baterías en algo innecesario.

—¿No hay baterías de ion-litio? —pregunta alguien entre una multitud pasmada.

—¡Ni una! Sólo ese aire viscoso que va de un aparato a otro haciendo que la vida sea ¿cómo decirlo? ¡tan cómoda, limpia y sostenible!

Se advierte una especie de satisfacción en esas últimas palabras. Sus ojos brillan mientras las pronuncia, sin poder evitar sonreír. Al fondo, entre la muchedumbre, se escucha:

—¿Cómo ha podido usted regresar del futuro? ¿Cuándo seremos verdes? ¿Viviremos para verlo?

Envuelto en la manta térmica, sentado en la acera, mira al tumulto y responde:

—¿Futuro? ¿Quién ha hablado de futuro? ¡Yo vengo del otro barrio! ¡De donde las rentas altas!