buzón

Hace días que espero una carta tuya. Por esa razón, no paro de abrir el buzón. Cuando lo hago, sólo puedo ver su pared interna, fría y metálica, de un color perfecto, distinto a un exterior apagado por el tiempo y sus inclemencias. No hay nada dentro de él, así que lo maldigo, como si el pobre fuera culpable del retraso o, peor aún, de lo que esconde tu verdadera voluntad.

Ha debido sentirse mal, pues esta tarde ya no estaba. No comprendo cómo ha podido marcharse, si era un buzón empotrado en la pared, condenado a abrirse de frente. Pensé que tal vez tu carta llegó y se deslizó dentro de él. Tan descarnada era que sus palabras lo engulleron y acabó disuelto en las entrañas de la pared.

Lo hizo para librarme de su lectura. Sin su sacrificio, sería yo el devorado por tus frases, deformes como tus sentimientos, tan desapacibles, crudos y fríos. ¿Era necesario que me anunciaras tu carta? Haciéndolo, conseguiste que mirara repetidamente dentro de él. Fue, entonces, cuando lo supo. Cada vez que lo abría, yo veía su pared, fría y metálica, aunque él era testigo de un desasosiego tras otro.

Ya no me llegarán tus cartas. No consentiré que otro buzón (corazón) corra semejante peligro. Mi casa, desde hoy, no tiene nada que pueda abrirse para que tú dejes dentro de ella la ira que te pertenece.