Sentadas alrededor de una enorme mesa redonda, aguardan el momento en el que el último de nosotros salga de la habitación. Solo entonces aparece la libreta. Llevaba cerrada demasiado tiempo, esperando a que todas volvieran a coincidir. La hermana mayor de esta singular cofradía la abre por una página en blanco. No importa lo que en ella se anotara en el pasado, porque ellas saben que lo que allí se escribió hace años, ya no cuenta. Lo único que no ha cambiado es que se mantienen unidas y que la libreta ha sido custodiada todo este tiempo de la debida manera. Ella, a quien podríamos llamar Eva, comienza la ronda según lo estipulado en el sentido de las manecillas del reloj. Una a una, Eva lanza la pregunta y, entre interpelaciones a la memoria, algo de cálculo y varias rectificaciones, va anotando las respuestas. Ella se ha reservado para sí el último lugar, así que responde en función de lo apuntado por el resto. Ni mucho ni poco. Una cosa que esté bien, dice. Terminada la primera ronda, es el momento de dar explicaciones, sin entrar en detalles, diciendo sin decir, empleando ese lenguaje que tan difícil se nos hace a nosotros. Pasada la media hora, ha habido sorpresas, cambios de posición, reagrupamientos, escapadas y, finalmente, llegada a meta en pelotón, en mitad de un ambiente de fiesta. La libreta ha vuelto a cerrarse, llena de misterios y verdades. Sepa Dios qué apuntaron en ella y cuáles serán las consecuencias en esta ocasión.