De las cosas

Gustaba de emplear parte de su tiempo observando los rincones de su casa. Solía sentarse en el suelo de cualquiera de sus habitaciones y atender a las imperfecciones. Advertía, entonces, que el rodapié no estaba completamente nivelado, que una de las patas del somier presentaba un rasguño, que la persiana no terminaba de cerrar bien, que la mampara de la ducha jamás volvería a encajar como aquel primer día, idílico. A veces se quedaba dormida y despertaba a los pocos minutos, con la nuca dolorida y el culo helado. Las cosas, dice, se ven como son, justo cuando estás muy cerca del suelo. Y aprendes a quererlas así, en esencia. Lo perfecto no lo es, simplemente porque no existe, más que en lo que nos hicieron creer. Me quedo con la vida, me dijo esa mañana, que deja ver las juntas, donde lo primero acaba para que otras cosas comiencen. Me quedo con esta perspectiva, que me deja apreciar cómo lo que une, duele en la mayoría de las ocasiones. Me quedo contigo, que me gustas, a pesar de todo y sobre todo lo demás. Sabiendo que sin ti, seguramente, no habría pensado nunca estar tan cerca del suelo, para ver las cosas como tú me enseñaste, como son en realidad.

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