Celerio

Hace tiempo que Celerio perdió de vista los cincuenta, aunque camina tan deprisa y de manera tan sigilosa que bien pudiera parecer que no pasa de los once años. Es de esos tipos que crees ver en todos los sitios, a cualquier hora, atravesando fugazmente los pasillos, entrando en los despachos, transportando archivadores o simulando hacer cualquier otra cosa que parezca útil. Cuando menos te lo esperas, surge de las sombras sin decirte nada con esa sonrisa hueca, comunicándote de manera no verbal que estaba cerca de ti, observándote, vigilando tus movimientos, juzgándolos desde esa falsa posición en la que él mismo se ha colocado, sin que nadie se lo pida.

Celerio apareció por la oficina hace mucho tiempo y, casi desde entonces, comenzamos a guardar las presentaciones bajo llave. Celerio es de los que se paran en tu mesa a mirar lo que escribes, ayudándose de su dedo para no perder la línea mientras lee. Sabe que estás observándolo con la boca abierta, pensando eso de «no me lo puedo creer» pero él sigue escudriñando tu trabajo, tratando de encontrar algo que desconozca. Esa es otra de Celerio, que todo lo sabe y que todo lo juzga. Celerio es ese tipo que opina hasta cuando come sopa, mientras eres incapaz de ver la cuchara subir y bajar del plato que ya está vacío.

Hoy, por primera vez en tantos años, Celerio ha faltado al trabajo. Hemos dejado las carpetas abiertas sobre nuestras mesas mientras tomábamos café con Lola. Al salir, no nos hemos encontrado a nadie detrás de las puertas y ninguno de nosotros parece haber visto a una sombra deslizarse tras las columnas, acechando. Lo mejor del día, en esto coincidimos la mayoría, ha sido no escuchar alguna de sus opiniones. Mañana estarán ahí, flotando en el aire, mientras guardamos las facturas bajo llave, no vaya a ser que Celerio nos saque alguna falta.